Tras 80 años de ausencia, San Pedro La Laguna retomó una de sus danzas más sagradas: el Palo Volador. En el marco de su fiesta patronal, cientos de personas se reunieron en el terreno ceremonial de Tza’m Kaqjaay para presenciar el renacer de este ritual maya, donde los danzantes descendieron en espiral desde lo alto de un pino sagrado de 30 metros. Entre marimba, incienso y maracas, el público no solo fue testigo de una tradición ancestral, sino de una plegaria viva que conectó cielo, tierra y memoria colectiva.
Texto y fotos por Nathalie Quan
Los sonidos de los lazos agitados contra el viento se escucharon después de 80 años de silencio. El cielo era el fondo de aquellos cuerpos suspendidos girando en espiral desde lo alto de un pino.
Durante la fiesta patronal de San Pedro La Laguna, celebrada el domingo 29 de junio, la danza del Palo Volador fue retomada por el pueblo Tz’utujil, marcando un hito en el rescate de las prácticas ancestrales y espirituales.
La ceremonia se realizó en el cantón Chuasanahí, en un terreno ceremonial conocido como Tza’m Kaqjaay, que en idioma maya Tz’utujil significa “Donde la casa roja”. Según los ajq’ijab’, guías espirituales del pueblo, este sitio fue designado por los ancestros como un espacio sagrado para hacer peticiones al corazón del cielo y al corazón de la tierra.
Allí se colocó el pino de más de 30 metros de altura, centro de la danza del Palo Volador.


Llegar a ese punto no fue fácil. Durante la feria patronal en honor a San Pedro Apóstol, celebrada cada 29 de junio, la movilidad vial se hizo más pesada. Aun así, desde temprano el sitio comenzó a llenarse de pobladores locales, visitantes de pueblos vecinos y turistas nacionales e internacionales.
Muchos llegaron en tuctuc desde San Juan La Laguna y caminaron los últimos tramos entre calles cerradas por el bullicio de la feria. Al ritmo de la marimba, las maracas y el incienso, los asistentes fueron tomando sus lugares en Tza’m Kaqjaay, donde la ceremonia aguardaba con solemnidad.

La danza del Palo Volador se inició el sábado 28 de junio, pero fue el domingo 29 cuando más personas acudieron al lugar. La primera presentación comenzó a las 10 de la mañana y se extendió hasta el mediodía.
A pesar del sol intenso, las miradas permanecían fijas hacia lo alto, donde los danzantes —que representan a los monos sagrados del Popol Vuh— descendieron girando desde la cima del palo. La escena combinaba riesgo, belleza y significado: cuerpos suspendidos por sogas atadas a la cintura y los tobillos, trazando espirales en el aire al ritmo de la chirimía y el tun.
El Palo Volador simboliza la lucha entre el bien y el mal, y su origen está plasmado en el Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas K’iche’. En este texto, se narra la historia de los hermanos Jun Batz y Jun Ch’owen, quienes fueron castigados y convertidos en monos tras intentar asesinar a los dioses gemelos Ixb’alamke y Junajpú.
Por la tarde, una segunda presentación duplicó la asistencia. Familias enteras, jóvenes y personas adultas ocuparon cada rincón de Tza’m Kaqjaay. Entre ellos se encontraba Jaime Martín Chiquir, maestro de la Cultura Maya Tz’utujil, quien, con micrófono en mano, compartía con los asistentes el sentido profundo del ritual. Explicó que el palo se corta con un mes de antelación y es bendecido en una ceremonia espiritual guiada por los ajq’ijab’. Cada ciclo del vuelo, dijo, está precedido y seguido por un gesto sagrado: los danzantes se arrodillan con sus maracas al ritmo de la marimba, envueltos en el humo del incienso, rindiendo homenaje a los abuelos, a la madre tierra y al corazón del cielo.

Mientras los voladores descendían desde la plataforma giratoria -una estructura tradicional de madera-, cada giro evocaba el movimiento del calendario maya. Los cuerpos suspendidos trazaban una espiral sagrada que conectaba el cielo con la tierra y con los cuatro puntos cósmicos, invocando las energías del oriente, occidente, norte y sur.
Antes de lanzarse, los danzantes se arrodillaban, inclinaban sus cabezas y ofrecían sus maracas. El cuerpo se volvía ofrenda, el aire mensajero, el árbol altar. La ceremonia no era un espectáculo, sino una oración viva, una forma de comprender y habitar el mundo desde la cosmovisión maya.


Entre la multitud que presenció el regreso del Palo Volador, las emociones eran intensas. Don Mateo Ramos, originario de San Pedro La Laguna y de 75 años, observaba con los ojos entrecerrados por el sol, sin apartar la vista del palo. “Yo escuchaba esto de mis abuelos. Aunque lo vi en otros departamentos, es la primera vez que lo veo aquí. Es impresionante ver cómo suben y bajan. Esto no debe perderse”, dijo con emoción.
Andrea Martín, turista canadiense quien estudia español en el municipio de San Pedro La Laguna, también fue testigo del momento. “No sabía que esto existía en Guatemala”, comentó emocionada. “Y más admirada de enterarme que era la primera vez en 80 años que se hace aquí”. Para muchos visitantes, la danza del Palo Volador no solo fue una experiencia cultural, sino una revelación espiritual.
Al finalizar la jornada, Jaime Martín Chiquir resumió la importancia de este momento: “Esperamos que desde ahora esta cultura no se vuelva a perder”. Sus palabras, acompañadas por el eco de la marimba y el incienso flotando en el aire, marcaron el cierre de una ceremonia y el inicio de un compromiso colectivo por mantener viva una tradición dormida durante ocho décadas.

Durante ese tiempo, la danza ancestral -alguna vez fue parte del corazón espiritual de San Pedro La Laguna- se interrumpió por la desorganización institucional, el desinterés de las autoridades y el quiebre en la transmisión de los saberes comunitarios. A diferencia de otros pueblos mayas donde la tradición se mantuvo viva, aquí quedó relegada a la memoria oral, sostenida apenas por relatos de los abuelos. La última vez que se realizó fue en 1943.

Este 2025 marcó un giro profundo. El regreso del Palo Volador no fue una coincidencia ni una actividad folclórica. Fue un acto de memoria, dignidad y reconexión. Con el impulso del Concejo Municipal, el compromiso de los ancianos del pueblo maya Tz’utujil y el acompañamiento espiritual de las autoridades indígenas de Chichicastenango, Quiché, San Pedro La Laguna reaprendió su propia tradición. Lo que se perdió durante 80 años renació desde la raíz: desde el bosque donde se eligió el árbol, hasta el cielo que lo volvió a recibir.

El Palo Volador ha vuelto en el municipio de San Pedro La Laguna, Sololá. Y con él, la posibilidad de que la espiritualidad maya no solo sobreviva, sino que vuele alto otra vez, llevada por las nuevas generaciones que ya no miran al pasado con nostalgia, sino con responsabilidad.






