Por Dante Liano
Hace unos meses, el escritor italiano Sandro Veronesi (autor de la excepcional novela El Colibrí, Anagrama, 2020) desarrollaba un interesante razonamiento acerca de la cultura de la izquierda norteamericana y sus consecuencias en la sociedad de ese país, y no solo en ese país. Según Veronesi, en los años precedentes a la victoria electoral de Donald Trump, se había impuesto, en los medios universitarios y periodísticos de los Estados Unidos, una línea que se dio en llamar woke, y que consistía en una rígida normativa sobre lo que es correcto y lo que es justo en la conducta cotidiana y también en el lenguaje de la comunicación. Como todos saben, woke viene de “despertar” y significa, más o menos, el alumbramiento de la conciencia de los que antes estaban oprimidos y que ahora se despiertan y reclaman sus derechos. Implica, también, un gran respeto por las minorías étnicas y sociales y por todos aquellos que han sido discriminados por sus diferencias, en modo particular por los miembros de la comunidad LGBTQ+. Una derivación importante se dio en el uso del lenguaje, singularmente en el aspecto del género, para atacar el predominio del patriarcado (lo masculino) que hasta ese entonces había predominado. Como resultado de ello, hubo cambios importantes en la comunicación lingüística. Muchas personas, siguiendo tal orientación, ya no usan el género masculino cuando se dirigen a un grupo, para abarcar a todo el mundo. Por ejemplo, la palabra “todos” que, según la gramática, sería universal para hombres y mujeres, se prefiere sustituir con un asterisco (tod*s) o con la vocal “e” (todes). Así, no se ofende no solo a las personas que se identifican con el género femenino, sino a todas aquellas que se identifican con otros géneros que no sean masculino o femenino. En algunos casos, alguien ha usado la palabra “miembras” para referirse a mujeres parlamentarias.
Veronesi argumentaba que estaba de acuerdo con esa suerte de corrección política. Le parecía justo que, después de siglos de opresión, las minorías se levantaran para reclamar sus derechos, entre los cuales se encuentra el ser llamado con apelativos que no los ofendan. La cuestión es bastante clara con el adjetivo “negro”, aplicado a la gente. Como bien ha demostrado Nina Jablonsky, antes de la colonización de América ese vocablo no existía para describir a una persona. Los africanos eran denominados “etíopes” gracias a la general ignorancia del continente que prevalecía en la cultura grecorromana. “Negro”, en su acepción despectiva, viene de la lengua española, y está directamente relacionada con la esclavitud de los africanos. Por tanto, es percibido como ofensivo y, si no se quiere insultar a una persona, está bien evitarlo. La sustancia del razonamiento es que no hay “negros”, ni “asiáticos” ni “indios”. Lo que hay son personas. De la misma manera, es correcto aumentar las oportunidades de trabajo para grupos históricamente discriminados. ¿Cuál es entonces, la crítica de Veronesi? Si es justo todo el planteamiento woke, el error ha sido esgrimir esa nueva visión de la cultura como un instrumento de poder, una nueva forma de crear hegemonía cultural. No una restitución de derechos, sino la creación de renovadas maneras de imponerse sobre los demás. Para decirlo en modo pueril, si antes se afirmaba “yo soy superior porque blanco, varón y heterosexual”, ahora se diría “yo soy superior en cuanto no blanco, no varón y no heterosexual”. La misma partitura con diferentes instrumentos. Ello habría provocado la violenta reacción de aquellos que sentían que algunas medidas parecían exageradas, como la reformulación de las tradicionales fábulas infantiles en clave inocua. Esto es, una relectura de textos históricamente condicionados en salsa “políticamente correcta”. La reacción de muchas personas tradicionalistas ha sido la de abrazar las acciones y los pensamientos de la extrema derecha, creando, de este modo, una polarización radical de la sociedad. La violencia de la arremetida de los sectores fundamentalistas del conservadorismo rebasa los límites del racismo, de la discriminación y del desprecio de los derechos humanos. Hemos pasado de lo “políticamente correcto” a la hegemonía de lo “políticamente incorrecto”.
Sobre ese tema, leo una interesante reseña de David Bidussa (Il Sole 24 ore, 14/09/2025) en la cual comenta el reciente libro de Frank Furedi, La guerra contro il passato. Cancel culture e memoria storica, Fazi, 2025). Sirve, a Bidussa, una cita de Eric Hobswam. Señala el historiador británico que la revolución cultural de los años 60 produjo un hecho inédito. Por primera vez, las generaciones juveniles declaraban que no tenían nada que aprender de sus padres. “Lo que los hijos podían aprender de los padres”, dice Hobsbawm, “era menos evidente de lo que los padres no sabían y que, en cambio, los hijos conocían. El papel de las generaciones se había invertido”. Ahora más que nunca podríamos encontrar buenos ejemplos de esa situación. ¿Cuántas veces los padres acuden a sus hijos para resolver problemas digitales? Con mayor evidencia, es muy frecuente que los abuelos pidan consejo a sus nietos para poder manejar los dispositivos electrónicos. Eso pone en crisis la idea y la importancia del pasado. Dice Furedi: “Hoy, en un tiempo en el cual incluso la continuidad colectiva de la experiencia es puesta en discusión, resulta evidente que nos encontramos frente a una revisión radical del significado del pasado. Este ya no sirve como fuente de autoridad. Al contrario, se le considera una de las fuentes de las patologías contemporáneas”. Es decir, mientras que, en las sociedades tradicionales, los valores heredados de las generaciones anteriores eran una sólida base para educar a niños y jóvenes, y se consideraban indiscutibles (Dios, la patria, la sociedad), hoy esos valores están en la picota, y, para muchos, son los responsables de los males de la actualidad. El pasado, no como fuente de inspiración, sino como lugar del pecado original y de la culpa. Mientras que las consideraciones anteriores pueden ser consideradas interesantes y dignas de reflexión, las consecuencias que Furedi deduce no son del todo razonables, sino que obedecen a ese mecanismo reflejo de defensa de lo establecido al que aludimos antes. En efecto, Furedi afirma que hay una guerra contra el pasado, con estatuas derribadas, palabras prohibidas y libros censurados. Pero no todo el pasado, afirma, sino solo el pasado occidental. Ello ha provocado el hecho de que una parte de la humanidad debe disculparse delante de otra parte, que se erige como un tribunal de la historia.
Me parece que las afirmaciones de Furedi pecan del mismo extremismo que pretenden combatir. Lo que está en discusión no es el Occidente ni el pasado occidental. Para comenzar, habría que delimitar de cuál Occidente estamos hablando. En el caso de la colonización de América, está el Occidente de Fray Diego de Landa y está el de Bartolomé de las Casas. Ambos son dos aspectos de una misma época histórica. Solo que mientras Landa destruyó, por fanatismo religioso, lo más valioso de la cultura escrita de los mayas, las Casas se levantó como defensor de los indígenas y con ello se ganó el encono y la tirria de muchos, que lo identifican con lo anti-español y la leyenda negra. Ello para decir que la idea de Occidente es muy variada y muy cambiante y que tiene múltiples facetas. No hay, pues, un proceso al Occidente, sino una reflexión profunda y documentada sobre algunos aspectos discutibles de la civilización occidental. Dicho sea de paso, la misma discusión sobre el Occidente es una manifestación occidental. En muchos casos, se realiza en sedes universitarias de ese ámbito, y muchos de los pensadores del postcolonialismo se han educado o enseñan en universidades occidentales. Quizá sea importante recuperar la calma, la serenidad y el uso de la razón. Quizá sea importante evitar feroces e inútiles estridencias e irritaciones. Quizá sea importante recordar que el ejercicio de la historia es solo un intento de aproximación a la verdad, hasta la próxima desmentida. Porque la verdad no es monopolio de nadie, ni siquiera de los que están convencidos de poseerla.




