Por Edgar Ruano
La muerte del comandante
La madrugada del 1 de octubre de 1966, Luis Augusto Turcios Lima, comandante de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), viajaba a toda velocidad por la salida de la ciudad de Guatemala a los departamentos occidentales, entonces llamada carretera Roosevelt. Iba acompañado de dos jóvenes mujeres, Silvia Ivonne Flores Letona de 18 años, que iba a su lado, y María del Carmen Flores (Tita) que viajaba en el asiento de atrás. El auto era un Austin Cooper, placas P-43-678 de fabricación inglesa [1]. A la altura del kilómetro 11, de pronto, y sin causa aparente más que la alta velocidad, el auto dio un vuelco envuelto en llamas. Eran las 2:50 horas [2].
En el interior del pequeño vehículo quedó casi completamente carbonizado el cuerpo del comandante guerrillero, mientras que de sus dos acompañantes, Silvia Ivonne fue llevada por los equipos de rescate al Hospital Roosevelt, situado en las cercanías del lugar, en donde murió a los pocos minutos [3]. Un colaborador de la guerrilla, que vivía a la orilla de la carretera Roosevelt, el médico Genard Méndez, escuchó junto con su esposa el frenazo y ruido de la volcadura de un automóvil. Al salir a la calle a ver qué había sucedido ambos esposos lograron observar cómo de una ventanilla trasera del auto salía Tita, quien a reconocerlos les gritó: «Adentro del carro está Herbert (Turcios) y la Ivonne, se están quemando». Acto seguido se escucharon en el interior del auto las detonaciones de las balas de pistola, que probablemente estallaron con el fuego. Méndez y su esposa llevaron a su casa a la Tita, le brindaron los primeros auxilios y la escondieron. Tenía quemaduras en las piernas y en los brazos, y en el cabello, pero nada grave [4].
Versiones de la Policía Nacional señalaron en las siguientes horas y días después, que en el interior del pequeño Austin Cooper fueron encontrados una pistola calibre nueve milímetros, que se supone era propiedad de Turcios Lima, un reloj de mujer y varias tarjetas o fichas de personas buscadas por la Policía Judicial, las cuales había sido elaboradas por ese cuerpo policial, lo que hacía suponer que fueron sustraídas de sus oficinas. De igual manera, la policía comprobó que desde el interior del automóvil fueron hechos cuatro disparos hacia la puerta del lado del piloto, lo cual hizo conjeturar a la policía que el propio Turcios debió disparar a su puerta para abrirla, ya que probablemente estaba atorada como consecuencia de los golpes durante la volcadura.[5]
A las 16:20 horas de ese mismo día 1, el cadáver del guerrillero fue plenamente identificado por su abuela materna, Teresa Quezada viuda de Lima. El propio director de la Policía Nacional, coronel Homero García Montenegro, se presentó al anfiteatro anatómico, habiendo dado seguridad a la señora Teresa Quezada de que los restos mortales de su nieto le serían entregados [6]. También se presentó a la morgue, aunque guardando la discreción del caso, Roberto Díaz Castillo, enviado por el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) con el objeto de corroborar la muerte de Turcios Lima.
Mientras tanto, se informó también que el vehículo fue entregado, primero a la Policía y luego al Cuartel Mariscal Zavala y que en realidad había sido robado hacía dos días en la 7ª. avenida y 12 calle, zona 1, donde se encontraba estacionado, cerca del Club Guatemala. El propietario del vehículo era el señor Arturo Pezzarossi [7].

El medio Prensa Libre reporta la muerte de Turcios Lima, el 3 de octubre de 1966. Foto: Tomada del blog CPR Urbana. Crédito: Omar Lucas Monteflores.
¿Accidente o atentado?
Desde el punto de vista político para las FAR, la muerte del Turcios era un golpe de gran consideración, no solamente por la pérdida de un valioso cuadro político militar, o por la posibilidad de que su muerte llevara a la desmoralización de no pocos militantes, sino que además porque existía el riesgo de que el Gobierno y el Ejército capitalizaran los hechos y los convirtieran en una victoria suya. Esta posibilidad se veía confirmada por el hecho de que la organización terrorista de derecha Mano Blanca aprovechó para hacer circular la versión de que la muerte de Turcios había sido obra suya, pues la pasividad del Gobierno para combatir a los guerrilleros era un hecho palpable [8].
“Desde el punto de vista político para las FAR, la muerte del Turcios era un golpe de gran consideración”.
Por tal motivo, en los días siguientes, las FAR organizaron una entrevista de prensa secreta con Tita, la sobreviviente, en la que declaró enfáticamente que se había tratado de un accidente automovilístico. Tales declaraciones dieron la vuelta al mundo y por muchos años esa ha sido la versión sobre la muerte del comandante Augusto Turcios Lima[9]. Se puede agregar que las mismas FAR creyeron en la historia del accidente automovilístico.
Con el paso del tiempo se han ido tejiendo otras interpretaciones. En la tesis del accidente colaboró el propio Ministerio de Gobernación, que informó que «sus expertos» habían determinado la veracidad de la hipótesis del accidente, que habría sido causado por la alta velocidad en que viajaba el comandante Turcios.[10] También se dijo en algunos medios de las FAR que expertos cubanos habían llegado a Guatemala, y que llegaron a la conclusión de que se había tratado de un accidente automovilístico. No obstante, nunca se dio a conocer ningún informe pericial que apoyara dicha versión.
Poco a poco, algunos militantes de las FAR de esa época o fueron atando cabos o bien fueron revelando aspectos de la muerte de Turcios que no se dijeron en su momento, los cuales apuntan a que en realidad se trató de un atentado. Una versión, proporcionada por María Ramírez, alias la Chiqui Ramírez, da cuenta de algunos hechos sorprendentes en torno al pretendido accidente automovilístico [11].
El auto Austin Cooper en el que viajaba Turcios la noche del supuesto accidente había estado el día anterior en posesión de un médico pediatra llamado Rony Morales. Este personaje se había contactado con Arnaldo Vázquez Rivera (Fuguché), a la sazón jefe del Regional Central de las FAR, lo que equivalía a ser el jefe de las unidades de Resistencia Urbana. Vázquez Rivera habría quedado impresionado por el conocimiento sobre autos del que hacía gala Morales, por su habilidad para mejorar los motores y, sobre todo, la destreza con que los manejaba. De esa manera, en la entrada antigua del Hospital Roosevelt, el médico enseñó a varios jóvenes guerrilleros urbanos y al mismo Turcios a acelerar y maniobrar para dar vuelta de 180 grados sin detener un vehículo. Haciendo alarde de sus conocimientos, el médico Morales los impresionaba cuando escuchaba el ruido del motor de los automóviles con su estetoscopio.
“Poco a poco, algunos militantes de las FAR de esa época o fueron atando cabos o bien fueron revelando aspectos de la muerte de Turcios que no se dijeron en su momento, los cuales apuntan a que en realidad se trató de un atentado”.
Fuguché estaba de lo más emocionado y llegó a hacer comentarios sobre las bondades del nuevo compañero. Sabía de explosivos, de armas, de fotografía y revelado, y además podía falsificar documentos. Rápidamente, conoció a gran parte de los miembros de la Resistencia y hasta al propio comandante en jefe: Luis Turcios Lima. Por otra parte, la escasez de médicos en las FAR colocó a Morales en una situación privilegiada dentro de la organización, ya que, valiéndose de su especialidad como pediatra, conoció muchas familias de guerrilleros que tenían niños pequeños.
Las conclusiones a las que llegaron la Chiqui y compañeros fueron que Morales había colocado un dispositivo incendiario conectado al pedal del acelerador del auto de Turcios, y que cuando este lo activó a alta velocidad, lanzó una llamarada que envolvió al comandante, carbonizándolo completamente. Es de hacer notar, en efecto, que pese al incendio del auto, el tanque de gasolina no explotó. Agrega la Chiqui que, años más tarde, el PGT quiso eliminar a Rony Morales y que las FAR igualmente le hicieron un atentado, pero de ambas tentativas salió ileso.
Carlos Rafael Soto, escritor y periodista, antiguo miembro del PGT y militante de las FAR en aquellos años, escribió en una columna suya en un diario capitalino que, en cuanto supo de la muerte de Turcios y del supuesto accidente, se desplazó al lugar del percance acompañado de un amigo suyo, transportista de profesión, y cuando estuvo en el centro de la carretera, solamente notó una gran mancha de aceite. Su acompañante le hizo notar que no había señales de frenazos ni otras que pudieran dar pistas de cómo dio vuelta el automóvil de Turcios. Lo que sucedió –dijo el amigo de Soto– es que explotó la aceitera, seguramente le pusieron una bomba[12].
Acertadas o no las apreciaciones de María del Rosario Ramírez, de Carlos Rafael Soto y compañeros, el caso es que los hechos posteriores al día de la muerte de Turcios refuerzan la tesis del atentado, en particular por el hecho de que al día siguiente de su muerte, el Ejército de Guatemala dio inicio a la ofensiva militar en las áreas rurales de la guerrilla, ya fuera en la Sierra de las Minas, bastión de las FAR, como en las montañas y selvas del departamento de Izabal, en donde operaba el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR.13). Pareció que la muerte de Turcios era la señal esperada para comenzar el ataque a las guerrillas precisamente a principios de octubre.
“Los hechos posteriores al día de la muerte de Turcios refuerzan la tesis del atentado, en particular por el hecho de que al día siguiente de su muerte, el Ejército de Guatemala dio inicio a la ofensiva militar en las áreas rurales de la guerrilla”.
César Montes refiere que el día del accidente se encontraba en tareas de exploración y organización en la montaña de Jalapa como parte del cumplimento de los planes que se había trazado las FAR en el sentido de ampliar la zona de operaciones del Frente Guerrillero Edgar Ibarra (FGEI). En cuanto se enteró de la noticia por la radio, César Montes bajó a la carretera del Atlántico y, con ayuda de un colaborador y militante del PGT, consiguió un automóvil y se dirigió a la capital. Logró llegar a la casa del Chino Arnoldo[13] y allí se encontró nada menos que a la Tita y al médico que la resguardó. Tita relató lo sucedido y estaba convencida de que había sido un accidente automovilístico. César le creyó y así quedó la versión.

La sucesión al frente de las FAR
Ahora seguía el importante tema de la sucesión de Turcios como comandante de las FAR y en este asunto las cosas fueron tomadas con rapidez. Aun antes del sepelio de Turcios, es decir, el 2 de octubre, las FAR anunciaron que el sucesor del comandante era el «capitán» César Montes[14]. Este último señala que se enteró de su designación como comandante de las FAR por el periódico de ese día[15]. ¿En qué instancia y cómo fue decidida la sucesión?
Para empezar, debe decirse que el máximo organismo de dirección de las FAR en ese momento era el Centro de Dirección Revolucionaria (CDR), del cual había sido miembro hasta el momento de su muerte el propio Turcios Lima. Los otros integrantes eran Bernardo Alvarado Monzón (Braulio), secretario general del PGT; Fernando Hernández (el Indio o Gabriel Salazar), quien había sido secretario general de la disuelta Juventud Patriótica del Trabajo (JPT), Emilio Román López, que era el jefe del Regional de «D», es decir de la zona de Rabinal; estaba también José María Ortiz Vides, quien había sido jefe de la Resistencia y luego responsable del Regional Central. Había también un cuadro dirigente de las FAR y del PGT, de Escuintla, cuyo nombre quedó perdido en la memoria. Por el regional de Occidente había sido miembro del CDR Leonardo Castillo Flores, de la dirección del PGT, pero este había sido secuestrado y desaparecido en un conocido caso llamado de los «28». Cuando alguno de los titulares, por así decirlo, no llegaba a la reunión, podían enviar a un suplente. El suplente de Emilio Román era Oscar Vargas Foronda (el Mono).
Fernando Hernández (Gabriel Salazar) a nombre del CDR había comparecido en una conferencia de prensa junto con Turcios a finales de julio con el fin de anunciar públicamente su rechazo a la amnistía decretada por el Congreso de República para todos los miembros de la guerrilla. También Hernández, bajo el pseudónimo de Gabriel Salazar, había sostenido una discusión en las páginas del diario Prensa Libre con Isidoro Zarco, uno de los directores de ese diario, de igual forma como miembro del CDR.
“Aun antes del sepelio de Turcios, es decir, el 2 de octubre, las FAR anunciaron que el sucesor del comandante era el «capitán» César Montes”.
Con el anuncio de la tregua al fuego que habían declarado las FAR, Bernardo Alvarado Monzón (Braulio) había aparecido dando declaraciones a la prensa junto con el comandante Turcios Lima el 9 de septiembre de ese mismo año, es decir, casi un mes antes de la muerte de Turcios. Todo esto significa que tanto Alvarado Monzón como Fernando Hernández eran fuertes candidatos para suceder a Turcios, ya que no solamente eran miembros del CDR del que era parte el mismo Turcios, sino que parecían ser voceros autorizados del mismo.
Por otra parte, en la guerrilla de la Sierra de las Minas, la jerarquía de mando no estaba aún bien estructurada con grados y mandos nominales. Estaba el comandante, que era Turcios, pero debajo de su puesto solamente en 1964 se había decidido que el segundo al mando era Roberto Figueroa Stwolinski (Rigoberto Molina) como «segundo jefe militar» y Ricardo Ramírez (Orlando o Rolando) como responsable político. Luego seguían los jefes de patrulla. Sin embargo, en octubre de 1966, tanto Roberto Figueroa como Ricardo Ramírez tenían ya casi año y medio de encontrarse en Cuba a donde había ideo a restablecerse de su salud. Hubiera sido muy extraño que la designación hubiera recaído en uno de ellos, además de que ambos a esas alturas eran sumamente críticos del PGT.
César Montes dice que el Indio Hernández, muy crítico a la dirección histórica del Partido, no quería que el sucesor fuera Alvarado Monzón. Del mismo modo, Alvarado Monzón no deseaba que fuera el Indio, pues para el Partido era como autoapuñalarse. Otro jefe guerrillero de cierto prestigio era José María Ortíz Vides (Chema Vides o el Coche Ortiz). Aquel que había sido canjeado por Romeo Augusto de León y Baltasar Morales de la Cruz, en los secuestros de mayo. Chema Vides era de la misma forma muy crítico de la dirección del PGT, pero, sobre todo, su personalidad era fuente de conflictos a causa de lo cual despertaba muchas reservas. Según César Montes, otro guerrillero de cierta jerarquía, Neri de León Licardié (Néstor Valle), le habría dicho que Ortíz Vides, al enterarse de la muerte de Turcios, y al comenzar la discusión sobre su sucesor, habría dicho: «Ahora échense pija, pisados».
Lo que estaba manifestando Ortiz Vides, en realidad, era la pugna ideológica que se mantenía viva en el seno de las FAR y el PGT, la cual no se había podido solucionar en una Conferencia Nacional del Partido en febrero de ese año. La sucesión se enmarcaba dentro de esa lucha ideológica y por ello no era fácil la designación del nuevo comandante.
Por lo tanto, todo parece indicar que el PGT inclinó la balanza para que el designado como sucesor de Turcios fuera Julio César Macías Mayora (César Montes), cuyos créditos, por así decirlo, eran los mejores en ese momento. Esta hipótesis se refuerza por las palabras de Carlos Rafael Soto, quien escribió en 1997 que la persona que le comunicó la muerte de Turcios fue el propio Bernardo Alvarado Monzón, quien llegó apresuradamente a la casa de Soto y con voz entrecortada le habría dicho: «¡Ya viste lo que nos pasó!», y luego le contó que la Comisión Política del PGT era de la opinión de que César Montes debería suceder a Turcios en la comandancia general de las FAR[16].
César Montes, ciertamente, era crítico de la vieja guardia del Partido, pero mantenía cierta lealtad al mismo, pues provenía de sus filas. Uno de sus hermanos había sido dirigente de la JPT. Pero, lo más importante era su condición de guerrillero en la Sierra de las Minas, en donde en los hechos era el segundo jefe de la guerrilla y a veces jefe de la misma, pues desde que fue creado el Centro de Dirección Revolucionaria en marzo de 1965, Turcios esporádicamente estuvo en la Sierra, ya que debía atender innumerables temas en reuniones de dicho organismo, que generalmente se hacían en la ciudad de Guatemala.
Por tanto, César Montes de hecho quedó al frente de la guerrilla, sin que hubiera habido un nombramiento formal desde el CDR y menos con el grado de «capitán», que a la sazón empezaba a ser utilizado. Simplemente, desde los años 1964 a 1966, César era jefe de patrulla, a lo que sumaba su mayor experiencia política. Otros jefes de patrulla, por ejemplo Carlos Ordóñez Monteagudo (Camilo Sánchez) y Jorge Soto (Pablo Monsanto), eran más jóvenes. El nombramiento de César Montes tenía, por esa razón, la ventaja de que no sería cuestionado por los guerrilleros del FGEI, ya que en los hechos era su jefe. El caso es que César Montes asumió la comandancia de las FAR a la edad de 24 años.

El sepelio
Mientras tanto, el comandante Turcios Lima fue enterrado el día 3 de octubre por la tarde en el cementerio de la Villa de Guadalupe de la ciudad de Guatemala, en presencia de un poco más de un centenar de personas, entre parientes y compañeros del movimiento revolucionario, vigilado el sepelio por policías uniformados y de particular[17]. El cortejo fúnebre fue muy solemne. El féretro pasó frente a la Escuela Politécnica y las grandes y pesadas puertas del plantel fueron cerradas, pero en lo alto de un torreón las banderas de Guatemala y de Escuela fueron izadas a media asta, al tiempo que rompieron el silencio las notas de un clarín, en tanto que el ataúd fue girado hacia el plantel militar. El séquito siguió su marcha bajo el ritmo de dos redoblantes que lo encabezaban tocados por dos muchachas adolescentes [18].
Entre los presentes se encontraban gran cantidad de miembros de la Resistencia urbana fuertemente armados, prestos a actuar en caso de una provocación o acción policial y numerosos guerrilleros de la Sierra, llegados algunos de ellos aún con el uniforme de la montaña. Minutos antes de la inhumación definitiva tomó la palabra uno de ellos, Camilo Sánchez.
Una fina, pero pertinaz lluvia, y sobre todo el temor de ser perseguidos y eventualmente capturados, alejó rápidamente a los presentes después del sepelio. Eran las últimas lluvias del invierno guatemalteco y ello traía malos presagios para el movimiento guerrillero, pues al terminar la temporada lluviosa en octubre, las operaciones militares se hacen menos dificultosas. Y es que el Ejército de Guatemala ya tenía a varios centenares de hombres en la carretera al Atlántico listos para entrar en acción desde ese mismo día. La contraofensiva militar estaba por empezar, o bien, con la muerte del comandante Turcios, había comenzado.
Los errores estratégicos de las FAR
La designación como comandante de las FAR la había recibido el joven guerrillero César Montes en un momento sumamente crítico para el movimiento revolucionario, pues a los pocos meses que tenía el gobierno de Julio César Méndez Montenegro ya eran patentes los resultados desastrosos que para el conjunto del movimiento revolucionario habían tenido dos de las decisiones políticas más importantes que el PGT y las FAR habían tomado a lo largo del año.
En primer lugar, el apoyo a la candidatura de Méndez Montenegro, decidida en la conferencia de febrero, no había cumplido las previsiones, pues el nuevo presidente había tomado el poder bajo el compromiso del «pacto secreto» firmado con el Ejército como condición para la entrega de la Presidencia. Así, pues, la institución armada mantenía una alta cuota de poder y la libertad plena para combatir a la guerrilla, acción que en ningún momento pensaba dejar de cumplir.
En segundo término, estaba la decisión de la tregua decretada por las FAR en septiembre, que no logró nada más que aumentar el relajamiento de la disposición combativa de la guerrilla y mantener la guardia a la baja, pese a un documento póstumo de Turcios en el que llamaba a la organización a tomar medidas para no dejar sorprenderse. Las expectativas de las FAR y del PGT con los contactos que tuvieron con el presidente por medio de algunos de sus funcionarios, así como la misma tregua decretada en septiembre, solamente consiguieron dar al Ejército tiempo suficiente para preparar paciente y minuciosamente su ofensiva, que en cualquier operación militar de esa naturaleza significaba recolectar y procesar inteligencia sobre la guerrilla, conocer sus movimientos e individuos, obtener más y mejores medios militares, entrenar a las tropas que participarían en la ofensiva y escoger el momento adecuado.
Las primeras declaraciones de prensa que ofreció César Montes en los días siguientes a su designación ofrecen un nítido ejemplo de la trampa en que estaba sumida la organización guerrillera como consecuencia de aquellas dos erróneas decisiones políticas. En una conferencia de prensa brindada en la Sierra de las Minas, a donde volvió de inmediato, César Montes dijo textualmente:
“Contingentes militares que suman 1900 soldados, vienen estrechando un cerco en torno a las posiciones que las Fuerzas Armadas Rebeldes tienen en las montañas del oriente del país y si nuestros hombres son atacados, abandonarán su actual suspensión de acciones bélicas y volverán a empuñar las armas. Hemos comprobado que el Gobierno ha iniciado esta semana la lucha antiguerrillera. Para llevar a cabo esta operación, 1500 hombres han sido traídos del (cuartel) Mariscal Zavala y complementados con 400 soldados de la zona (militar) de Zacapa[19]”.
César Montes agregó que las patrullas de la FAR se limitaban a evadir a las tropas gubernamentales para evitar cualquier choque armado que pudiera «desvirtuar su decisión de suspender las acciones militares». «Sin embargo –indicó─ a medida que se vaya estrechando el cerco, aumentarán las posibilidades de entrar en contacto con ellos, y si nos atacan, volveremos a nuestras acciones militares, pues tenemos que defendernos».[20]
Seguidamente, el comandante guerrillero dijo que la operación antiguerrillera era asesorada por militares estadounidenses, quienes en número de seis, se encontraban en la región, pertenecientes a las fuerzas norteamericanas especializadas en el combate de guerrillas conocidas como Boinas Verdes. Más aún, César Montes agregó que el Ejército preparaba otro cerco en las regiones de Baja Verapaz y Jutiapa, que en localidades de Zacapa e Izabal, grupos de liberacionistas se dedicaban a organizarse y amenazaban a las poblaciones, inclusive a funcionarios del Gobierno.[21]
Por si fuera poco, en el mismo periódico en el cual fueron publicadas las declaraciones de César Montes, aparecieron otras del ministro de la Defensa Nacional, coronel Rafael Arreaga Bosque, quien agregó que el Ejército «No había dejado de combatir a los grupos armados o de buscarlos donde se tiene información que estén»; que la institución armada no concedía mayor importancia a las declaraciones de los guerrilleros y que en los encuentros sostenidos entre fuerzas gubernamentales y rebeldes en Rabinal, B. V., y los Amates, Izabal, los alzados habían sido obligados a huir y que «Muy pronto el Ejército dará buena cuenta con esos grupos a quienes no dejaremos descansar ni un solo día».[22]
En otras palabras, mientras que el Ejército había iniciado las operaciones encaminadas a cercar y aniquilar a la guerrilla y sus jefes anunciaban públicamente sus intenciones de acabar con ella, el máximo jefe guerrillero todavía apelaba a la tregua decidida apenas un mes antes. Ciertamente, César Montes podía o no darse cuenta de lo que estaba pasando, pero la disciplina que le impedía saltarse las directrices del Centro de Dirección Revolucionaria lo tenía atado de manos. Los sucesos de ahí en adelante ni siquiera dieron tiempo para que las FAR levantaran la tregua, de inmediato debieron batirse en retirada.
[1] El Gráfico, 02/10/66, p.2.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] César Montes, entrevista personal.
[5] Prensa Libre, Guatemala, 05/10/66, página 4.
[6] El Gráfico, Guatemala, 02/10/66, Pág. 2
[7] Ibíd.
[8] Prensa Libre, Guatemala, 7/10/66.
[9] Referencia del periódico en el que salió esa entrevista…
[10] Prensa Libre, Guatemala, 4/10/66 Pág. 2.
[11] Lo que sigue es un relato ofrecido por la Chiqui Ramírez, quien afirma que fue testiga personal de algunos hechos relacionados con el médico Morales y que recibió información en el mismo sentido de varios de sus antiguos compañeros de las FAR de aquella época.
[12] Carlos Arturo Soto, 1997, 9.
[13] Combatiente del FGEI.
[14] El Gráfico, Guatemala, 02/10/66, p. 2.
[15] César Montes, entrevista personal.
[16] Carlos Rafael Soto, 1997, 9.
[17] Prensa Libre, Guatemala, 04/10/66 p.2.
[18] Esta descripción fue escrita por Anaité Galeotti, una de las jóvenes que tocaban los redoblantes. Anaité Galeotti, comunicación electrónica, 07/10/2001.
[19] Prensa Libre, Guatemala, 08 de octubre de 1966, p. 2.
[20] Ibíd.
[21] Ibíd.
[22] Prensa Libre, Guatemala, 10/10/66, p. 9.




