Por Dante Liano
Habíamos hablado de una interesante observación de Eric Hobsbawm. El historiador británico observaba que, en los años sesenta del siglo XX, se produjo una ruptura generacional. Al menos, en las sociedades occidentales. En efecto, la generación que protestó contra la guerra del Vietnam se distanció de las precedentes y estableció que no tenía nada que aprender de ellas. Al contrario, por primera vez en la historia, ese pasaje generacional dio caravuelta, y fueron los hijos los que se sintieron en condiciones de enseñar a sus padres. Dicho de otro modo, mientras que, antes, los valores fundacionales de la cultura dominante eran transmitidos de padres a hijos, ahora la dinámica de la historia no funcionaba así. Si, en la tradición, la identidad nacional, las creencias religiosas, los postulados morales y cívicos pasaban de los abuelos a los nietos, en el nuevo cuadro de transmisión cultural los jóvenes no reconocían tales valores, se rebelaban contra ellos e imponían a padres y abuelos un nuevo modo de pensar y actuar. Ese desplazamiento se nota con mayor claridad en nuestros tiempos, sobre todo en lo que respecta a los conocimientos de la cultura digital. Con gran frecuencia, los padres piden a los hijos que le resuelvan problemas de software en el ordenador, porque las habilidades tecnológicas de los jóvenes superan ampliamente las de los mayores. Recuerdo perfectamente un caso personal: trabado en la primera edición del juego electrónico llamado “Príncipe de Persia”, no lograba superar una de las pruebas a que es sometido el héroe del videojuego. Hasta que no conocí a un niño de 7 años, quien con gran soltura me enseñó un truco para saltar de una etapa a otra, y con eso llegar al final de la empresa. No me causó vergüenza, sino admiración. Constataba, así, esa revolución generacional.
El escritor italiano Walter Siti, al presentar su último libro, La fuga inmóvil. El extraño caso de la generación Z, dice lo siguiente: “¿Pero los adolescentes de la Generación Z desean ser salvados? Algunos, los más expuestos, aquellos que con sus alas surcan el aire al frente de toda la bandada, tal vez nos lo piden con dos posturas aparentemente opuestas: unos se muestran apáticos, deprimidos, se cortan los brazos y las piernas, convierten su habitación en un búnker; otros, nacidos en su mayoría en barrios menos acomodados, se reúnen en bandas, agreden y cometen actos de vandalismo, no se someten y son la desesperación de los profesores de los barrios periféricos. En cambio, los que se mantienen en el centro de la bandada, a salvo, adoptan una estrategia menos llamativa: se esconden, se hacen invisibles, van bien en la escuela, incluso disimulan que están volando. Mimetizan su fragilidad bajo una innegable fragilidad general”.
Por lo que respecta a la ruptura generacional, Siti refuerza la observación de Hobsbawm, y añade un apunte más. Los jóvenes enseñan a los adultos no solamente las novedades tecnológicas, sino que también las nuevas formas de comportamiento social. En efecto, dice Siti, para las generaciones más jóvenes no existe la discriminación de otras personas por causa de aspectos que, para sus mayores, son motivo de estigma. Lo que se ha denominado la “corrección política” no proviene de asumir un cierto tipo de valores, sino de una natural comprensión de la diversidad ajena. Dicho de otro modo: hay una mayor capacidad de empatía hacia aquellas personas que la sociedad considera “raras”, o dicho en el lenguaje de nuestros días, “queer”. Así, la compañera o el compañero que muestra sordera, o algún grado de ceguera, o alguna disminución de las capacidades, o el autismo, la dislexia, la obesidad y otras formas de ser diferente de los demás, como también las preferencias de género, son, de alguna manera, englobados en el grupo, y aceptados así como son. Los más jóvenes practican, de modo espontáneo, la inclusividad, y la enseñan a padres y abuelos. Reprueban el uso de expresiones denigratorias o groseras y regañan a sus mayores si las usan, porque, para estos muchachos, la aceptación del otro pasa por el lenguaje. En cierto sentido, Siti expande la observación de Hobsbawm a un aspecto más general y más complejo, y, en cierto sentido, más profundo. Las nuevas generaciones no solo nos están enseñando la tecnología electrónica: no están enseñando un nuevo modo de comportamiento.
La nueva frontera en la cultura de los jóvenes se puede ver en los países en donde la tecnología está más avanzada. De esta manera, se engarza, con los anteriores razonamientos, un artículo de Viola Zhou en The rest of the world, intitulado “La IA está remodelando la infancia en China”. Zhou nos relata novedades que, en cierto modo, pueden ser inquietantes, porque abren nuevos horizontes sobre la educación y el crecimiento de las nuevas generaciones. Cuenta Zhou que, en China, el gobierno está presionando a las familias para obtener los máximos resultados educativos, a causa de la competición con otras sociedades. Los mismos padres buscan que los hijos obtengan las mejores notas y alcancen los objetivos más altos, en una feroz e impía carrera. Un ejemplo nos ilustra cómo son los nuevos tiempos que enfrentan niños y adolescentes. La profesora universitaria Wu Ling buscaba un tutor de inglés para su hijo de doce años. Eligió un perro robot dotado de la IA Deep Seek. Le costó un poco más de mil dólares. El modelo se llama Alpha Dog, está producido por la compañía Wilan y pesa ocho kilos. El animal electrónico es capaz de darle clases a un niño, pero no solo eso. También puede conversar con él acerca de la situación general, le ofrece la previsiones del tiempo, responde a preguntas de cultura general, y a petición, le puede contar sus fábulas favoritas. Mucho más barato que un profesor en carne y hueso, con extendidas funciones de baby sitter. No solo, cuando Wu Ling sale al trabajo, Alpha Dog monitorea la casa a través de la cámara incorporada que posee. «Mi hijo necesita compañía, pero somos una familia de un solo hijo», dijo Wu. «Le pregunta al perro sobre todo tipo de cosas: noticias nacionales, clima, geografía. A través de AlphaDog, está aprendiendo cómo es el mundo».
Quizá se esté exagerando, y esa es la sensación cuando leemos que una nueva empresa, la Ling Xin Intelligence, lanzó una nueva app de sostén psicológico para los estudiantes acosados por la ansiedad del estudio y por el cumplimiento de sus tareas. Doscientas escuelas chinas la están usando y lo sorprendente es que los jóvenes prefieren hacerle confidencias a la aplicación que a un adulto, porque se sienten más cómodos con ella. La cuestión que se propone es bastante seria: la sustitución de profesores y tutores por dispositivos que usan la inteligencia artificial. En efecto, están circulando tabletas electrónicas cuyas capacidades de entretenimiento y de educación convierten en superflua la interacción con seres humanos. En un caso reportado por Viola Zhou, un niño se rebeló a los dictados de sus padres, porque se había acostumbrado a interactuar con la IA, la cual, como se sabe, es muy complaciente con el usuario. De esa manera, una llamada de atención severa se convierte en una actitud que puede ser interpretada como hostil. Quizá solo sea cuestión de acostumbrarse a los nuevos tiempos y a los nuevos modos de educación, pero, mientras tanto, habrá que estar muy atentos a la evolución de la inteligencia artificial y a sus consecuencias en las nuevas generaciones.




