Por Dante Liano
Debo a Edvin Dardón el conocimiento de una joven poeta, cuya vida se ha desarrollado en el Occidente de Guatemala. Ella se llama Roxana López. Una foto la muestra entre las plantas y las flores de su región, un huipil de probable origen mam (la cultura del departamento de San Marcos) y una expresión entre confiada y sonriente. Su lista de presentaciones poéticas inicia en 2024 y termina en 2025. Cuenta Edvin que, cansada de esperar alguna publicación, fundó una casa editorial, la POE Talleres, en donde «Poe» no alude al poeta norteamericano, sino a un misterioso acrónimo que alude a su pueblo originario. Su libro de poemas, Lienzos de una existencia, fue diagramado, diseñado y elaborado por la poeta y sus amigos. Literalmente: la impresión fue hecha con una impresora casera, o como recita el colofón: «Los libros son hechos a mano y de carácter artesanal. Los libros se imprimen en impresoras de casa, se usan cuchillas y grapas, cinta artesanal como lomo. El tiraje total consta de 50 ejemplares». De modo que puede considerarse un milagro que un volumen haya llegado a mis manos. Todo esto podría haber engendrado una serie banal de poesías, provinciales y naif. Propongo que el libro de Roxana López posee un embrujo muy particular, quizá, en algunos momentos, ingenuo, pero con una transparencia y una calidad poética que, dadas las circunstancias en que fue escrito, puede parecer sobrenatural. Cómo la poesía puede darse en un lejano rincón del planeta.
Como señala Dardón, la primera característica, evidente, del libro, es la pureza poética, con una sencillez que está muy lejos de la simplicidad. Como siempre, el problema no está en experimentar sentimientos poéticos sino en la manera que se tiene de expresarlos. La poesía de López es directa, llana, sin barroquismos, mas, por eso, adquiere la misma profundidad y nitidez de los bosques y las altas montañas en las que fue concebida. De hecho, las composiciones aluden constantemente a la naturaleza, de manera directa o indirecta. Hay siempre un trasfondo de flores, animales y plantas que dan aliento a la poeta. Su extrema condensación le confiere potencia a la expresión, como en el siguiente epigrama:
De mis dolores Y tormentas internas Ha nacido Mi primavera
La evidente identificación con la naturaleza hace parecer muy sencilla y poco elaborada a la manifestación poética, pero si nos detenemos un momento en el texto, aparecen dos claras metáforas: las «tormentas internas» que provienen, por metátesis, de los «dolores» y que van a desembocar en la «primavera». La consecución «tormenta» «primavera» configura una narración brevísima, casi abstracta, y configura también una alegoría de la vida como narración que es imagen de los ciclos naturales. Ahora, parece evidente que «dolores» y «tormentas» son pura invención, casi «¡Qué placer!»:
Qué placer mirarme al espejo
Qué placer mirarme al espejo Quererme y amarme. Qué placer ser yo, Que placer tomarme Un café Y estar conmigo. Qué placer ser feliz Por mí, Qué placer saber quién soy Y hacia dónde voy. Qué placer reconocerme, Qué placer ser yo.
Por algún misterioso motivo, la poesía anterior, que podría ser el canto de cualquier Narciso, no se siente como un ejercicio de egocentrismo, sino más bien como la constatación de esos momentos, desgraciadamente fugaces, en que estamos bien con nosotros mismos. Una muchacha se ve al espejo, se reconoce, está contenta de ser ella misma, de ser simplemente, de estar en sí serenamente y siente un extraño sentimiento: el placer. Resulta evidente de que hablamos del placer del re-conocimiento, no por nada la metáfora del espejo inaugura el poema. Quizá todo el poema no sea más que una metáfora del proceso del conocimiento, en el instante en que, fugitivo, el Ser se manifiesta: inasible, se desvela un segundo, y ese segundo es la eternidad, el segundo intenso en que, con la punta de los dedos, rozamos lo infinito. El placer más profundo. ¿No será ese el concepto que encierra el poema «Las flores»?
Todas las flores Son hermosas. Es cuestión de saber Colocarlas En el florero Correcto.
Encontramos, aquí, un postulado estético bastante interesante. La metáfora de las «flores» por «obra artística» parece más que transparente. Por tanto, no se comprende la belleza sin su contexto. O, también, la belleza reside en quien la ve: cada generación vuelve a edificar la historia del arte, porque cada generación tiene una mirada diferente. Ninguna flor es hermosa en sí; lo es porque la vemos hermosa. Ello depende de la situación, del tiempo, de la historia en la que vemos la flor. Si estamos agobiados por un trabajo que esclaviza, no vemos belleza en ninguna parte, porque la situación material nos impide ese placer. El campesino no ve el paisaje, ve la tierra, su ardua labor. Esa propensión hacia la belleza, distintiva de lo humano, hace que yo encuentre el placer de lo bello también en las cosas pequeñas, como en «Sentir»:
Detenerme y contemplar Cada pequeña vida que late a mi alrededor. Detenerme y abrazar Cada detalle lleno de esplendor. Detenerme y abrazar la existencia, Detenerme y abrazar mi existencia, Detenerme y abrazar la esencia De las cosas pequeñas Que también me observan.
Hay, aquí, una característica muy importante de la poesía de Roxana López: la comunión con la naturaleza. Se podría encontrar una suerte de narración en la poesía anterior. En primera instancia, la contemplación de la naturaleza en todas sus manifestaciones, incluyendo las más pequeñas. Enseguida, el abrazo de cada detalle y, en un salto cualitativo, la existencia, que, por reflejo, es mi existencia. El paso siguiente es que mi existencia equivale a la esencia de todas las cosas. El último segmento es casi una alucinación: cambia radicalmente la perspectiva, y son las cosas pequeñas las que me observan, reiniciando el juego de espejos, o, si se quiere una concepción totalizante del ser dentro del mundo. No separado del universo, sino implicado en él. El poeta, pues, observa el mundo, y eso ocurre también en el amor. Hay una delicada ironía en la descripción de la complicada relación entre la mujer y el amado:
No soy la flor silvestre Que tú contemplas Con amor y delicadeza, Pero soy la flor silvestre Que desde lejos Te contempla Con amor y delicadeza.
Aquí, el deslizamiento semántico reside en la expresión «flor silvestre». En el primer caso, es la imagen que el amado ha elaborado de la amada; en ese sentido, ella rechaza tal visión, por estereotipada y romántica; en el segundo caso, ella se reconoce como tal «flor silvestre», pero en su genuina representación, la mujer que ha crecido en el campo, con lo que ello comporta; de manera que mientras la contemplación del hombre está viciada por el prejuicio, la contemplación de ella es auténtica y vital. La operación lingüística es extraordinaria, porque las mismas palabras designan dos realidades diferentes. Es decir, detrás de la aparente sencillez, hay operaciones complejas de pensamiento, como en esta poesía de amor:
Yo sé que vos Amás esos paisajes, Esos caminos, Esas veredas, Esas historias. Por eso, Cuando los vi, Me acordé de vos.
Roxana López alcanza una de las características más difíciles en poesía: la diafanidad, la transparencia, la limpieza. En la poesía anterior encontramos una de las definiciones más concisas de la metáfora: una cosa evoca la otra. Caminos, veredas e historias no son tales: son la representación del Otro, son el Otro. Ese Otro que, misteriosamente, despierta aquel extraño sentimiento que llamamos «amor». Sin embargo, la palabra no aparece en el poema, quizá por evitar la banalidad. El proceso de igualdad se realiza de modo natural: veo un paisaje y no veo el paisaje, sino que veo a la persona que ese paisaje me evoca. La asociación metafórica se ha cumplido, y el poema que representa ese proceso es tan directo y tan cercano que nos parece sencillo, con esa difícil naturalidad que posee la verdadera poesía. Poesía que se manifiesta en un recodo del camino, en un pueblo pequeño a los pies del volcán más alto de la América Central, porque allí escogió revelarse.




