Por Juan José Hurtado Paz y Paz
Ciudad de Nueva York, 15 de septiembre de 2025
Con la frase anterior, estampada en sus playeras negras, se identifican los trabajadores de diversos orígenes de un restaurante en Washington D.C en que, justamente, se ofrecen comidas de distintos países. Es una reivindicación más que legítima y justa, frente a políticas anti-inmigratorias injustas e inhumanas.
Estados Unidos se ha construido por la inmigración. Si no, pensemos en la misma llegada los inmigrantes europeos blancos que, en muchos casos, huyendo de persecuciones, buscaron la libertad y prosperidad en este continente, aunque significó la violencia, el despojo y el desplazamiento de los pueblos nativos americanos. Luego fue la mano de obra esclava que llevaron del África a Estados Unidos en un desplazamiento forzado, quienes fueron base de la economía del país durante siglos. Miles de trabajadores asiáticos, principalmente chinos, fueron reclutados en condiciones de explotación y sometidos a un racismo sistemático mientras construían los ferrocarriles que impulsaron la expansión hacia el oeste de Estados Unidos.
Hoy son los mal llamados “hispanos” y de otros orígenes quienes levantan las cosechas, construyen edificios, cuidan de niños y adultos mayores, mantienen limpias las casas, cocinan y lavan platos en los restaurantes y tantos oficios más. Pero también están en los artistas, científicos, intelectuales migrantes de muchos orígenes que buscan en Estados Unidos un espacio que no encuentran en sus países para desarrollarse, en la famosa “fuga de cerebros”.
En su discurso oficial, Estados Unidos solía enorgullecerse de ser “el crisol de los pueblos”. Hoy, sin embargo, en muchos sentidos se retrocede: los inmigrantes son retratados como terroristas o criminales, acusados de robar empleos y convertidos en amenaza a través de prejuicios y estigmas. Los sectores más conservadores y retrógrados están imponiendo un discurso de odio que desconoce su propia historia de diversidad y migración.
Tuve la oportunidad de viajar a Estados Unidos, invitado para participar en una jornada de incidencia desarrollada por el Grupo de Trabajo Interreligioso sobre Asistencia Extranjera. En éste se reúnen organizaciones de diversas religiones, incluidas cristianas, judías, musulmanas y budistas que reconocen también otras espiritualidades. Procuran que los valores que les inspiran no sean solo escritos, sino prácticas reales. En esta ocasión que se está discutiendo el presupuesto de los Estados Unidos para el próximo año, el tema de incidencia fue abogar por que se mantenga la cooperación internacional en el nuevo presupuesto de la nación.
El viaje me dio oportunidad de estar también con varias personas migrantes y otros de quienes aprendí tanto y a quienes agradezco desde lo profundo de mi corazón.
Entre las cosas que me llamaron la atención en este viaje, fue ver un Washington D.C. militarizado y con temor. En lugares públicos y distintos puntos, como estaciones de buses, hay presencia de soldados. Para personas que venimos de países con largas historias de dictadura pudiera parecer normal, pero no lo es para los ciudadanos comunes estadunidenses.
Escuché algunas historias de personas migrantes que han sido detenidas cuando salen de una cita ante las cortes de inmigración. Algunos hablan de la violencia que utilizan y los malos tratos por parte de la fuerza pública.
El miedo se ha extendido entre la población migrante, no sólo de quienes se encuentran de manera irregular, sino también de otros que llevan ya muchos años en Estados Unidos. Pueden ser detenidos por la simple sospecha por tener color de piel morena y hablar en otro idioma. La deserción escolar de personas no blancas es sensible. Incluso, ahora que inician clases en Estados Unidos y que se realizan reuniones con los padres y madres de familia, es evidente que muchos progenitores prefieren no asistir a las reuniones. Las personas “de color” prefieren moverse solo lo indispensable para no arriesgarse. La primera recomendación que recibí al viajar fue: “llevá siempre tu pasaporte a mano”.
Un joven maya me decía: “Ya decidí regresarme a Guatemala porque esto no es vida. Me levanto muy temprano para ir a trabajar, viajo hora y media en tren, una jornada cansada, de vuelta a la casa otra hora y media, para medio recuperar fuerzas y estar listo para el siguiente día. Somos autómatas. Y ahora no sabemos en qué momento nos van a detener. No me siento libre. Me falta mi familia, el cariño de mis papás y mis hermanos. Quiero sentirme libre.”
Otro joven más me contaba: “Soy profesor. Yo me casé en Guatemala con una estadunidense que llegó y nos venimos, pues tenemos 2 hijas. Ahora vivo en un pueblo pequeño de acá de los Estados Unidos y promovemos la agricultura orgánica. Sin embargo, quiero regresarme, aunque seguramente estaremos unos años más acá para que mis hijas estudien.”
Por cierto, otra persona que trabaja con migrantes me decía: “Nosotros no podemos decirles a las personas qué deben hacer. Cada quien debe tomar sus propias decisiones. Pero si nos preguntan si debemos acogernos a un programa de autodeportación en que aparentemente les ofrecen muchos incentivos, consideramos que no es lo mejor pues quedarán fichados y eso les arruinará su expediente de por vida”.
Los momentos duros también permiten que la solidaridad florezca. Por ejemplo, en un barrio de Washington D.C., los padres y madres de familia se han organizado en lo que llaman “bus a pie” y es que un padre de familia se encarga de llevar a otros niños hijos de inmigrantes junto a los suyos a pie. Hacen un recorrido por el barrio, recogiendo a los demás niños, hasta que los dejan seguros en la escuela. En caso de incidentes, varios han ofrecido sus casas para resguardar a las y los niños.
También conocimos de sistemas de alarma que se han establecido en algunos lugares de Nueva York donde frente a la presencia de ICE, se activa la alarma y todas las personas se reúnen para acuerpar y no permitir que se lleven a nadie detenido.
Tuve la oportunidad de experimentar en carne propia la solidaridad de quienes en las noches que no tuve hotel pagado por quienes me invitaron, me recibieron en sus casas, haciéndome parte de sus familias y de su vida muy personal.
Al mismo tiempo, recibimos el llamado a que no olvidemos las causas estructurales profundas que causan esta situación. Atender humanamente lo inmediato es necesario, pero la transformación profunda se impone. Asimismo, hubo un llamado claro a que no nos olvidemos de la situación de los migrantes en Estados Unidos, que no los veamos solo como números, proveedores de remesas y soporte para todos, sino que también velemos por sus derechos y bienestar allá.
Son mensajes claros de que construyamos humanidad. Y en este caso, que nos hagamos eco de los valores fundantes de los Estados Unidos, inscritos en sus monumentos que llaman a la solidaridad. Uno de ellos decía que: “Debemos recordar que cualquier opresión, cualquier injusticia, cualquier odio está diseñado para atacar nuestra humanidad” y que “de la montaña de desesperación debemos ser una piedra de esperanza”.




