¿Libertad 15 de septiembre?

 

Los ladinos y criollos celebraron la independencia en 1821. Hoy aún celebran y nosotros seguimos sin lugar en la mesa.

Por Alex PV

Como muchos, crecí en un país donde la escuela me obligó a imaginar una independencia que nunca existió. Septiembre tras septiembre, con la cara pintada de azul y blanco, me enseñaron a venerar símbolos patrios sin cuestionarlos, a entonar el “segundo himno más hermoso del mundo” con la mano en el pecho (y la oreja jalada si me equivocaba). Lo que nunca me contaron fue la verdad: que la independencia fue más un truco de salón que un movimiento popular. Y que, tarde o temprano, uno tenía que desaprender la historia oficial para aprender la real.

Los libros de historia —esos escritos por “los de arriba”, repetidos por “los de en medio” en los actos cívicos, mientras “los de abajo” seguían trabajando— aseguran que el 15 de septiembre de 1821 Guatemala se independizó. Sí, en el papel. Pero en la práctica, aquello fue una elegante reunión de vecinos criollos con miedo a perder sus privilegios.

En el Palacio de los Capitanes Generales, en la ciudad de Guatemala, se juntaron las familias notables: los Aycinena, los Beltranena, los criollos aristócratas y los eclesiásticos, alarmados porque en México ya se había consumado la independencia (con sangre, machetes y fusiles) y temían que la ola llegara hasta sus haciendas. El acta de independencia fue redactada por José Cecilio del Valle, un intelectual criollo, y se firmó no porque el pueblo hubiera tomado las calles, sino porque las élites prefirieron cambiar de jefe antes de que sus privilegios quedarán en riesgo.

En el cuento de ese día no hubo enfrentamientos ni discusiones solo plumas de chompipe, tinta y sellos. Mientras en otras latitudes la independencia se arrancaba con revoluciones populares, aquí fue un trámite administrativo: de la sucursal de España abrieron un nueva en Guatemala.

En este teatro hubo y existen tres escalones bien marcados:

  • Los de arriba: la élite criolla, descendientes de españoles, dueños de tierras, fincas y comercios. No actuaron por patriotismo, sino para heredar intacto el control político y económico, ahora bajo una nueva bandera.

 

  • Los de en medio: Profesionales, comerciantes mestizos acomodados y más de algún otro hermano indígena que habría traicionado a su comunidad. Aplaudieron la independencia desde la grada, sin derecho a sentarse en la mesa grande. Fueron los repetidores de discursos, esperando que algún día el ascensor social funcionara.

 

  • Los de abajo: la mayoría. Pueblos originarios, campesinos, esclavizados africanos, mujeres invisibilizadas. Nunca fueron consultados, ni invitados al brindis. Su vida siguió igual: trabajo forzado y tierra negada. Para ellos, la independencia fue un rumor que llegó tarde y nunca cambió nada.

 

El acta del 15 de septiembre, redactada por José Cecilio del Valle, decía que Guatemala se declaraba libre “si así lo deseaba el pueblo”. Pero nadie preguntó al pueblo, porque el pueblo estaba recogiendo maíz, sobreviviendo al sistema colonial, ahora maquillado de patria.

En Guatemala la independencia fue celebrada como una fiesta de liberación, aun lo repiten nuestros niños ¨Libertad 15 de septiembre¨, pero en realidad fue el cambio de administrador. Los “indios” siguieron siendo explotados, las tierras quedaron en las mismas manos y el poder político continuó girando en torno a los grandes apellidos. De hecho, apenas dos años después, en 1823, se intentó unir a las Provincias Unidas de Centroamérica, pero la división entre élites terminó desmoronando aquel proyecto.

Hoy, dos siglos después, seguimos arrastrando ese guion mal escrito: bajo nuestro patriotismo cada septiembre hay desfiles, discursos oficiales, banderitas de plástico y fuegos artificiales. Se habla de independencia, pero la dependencia a los viejos poderes —económicos, raciales y políticos— sigue danzando al ritmo del son. Los de arriba siguen arriba, los de en medio siguen esperando, y los de abajo siguen cargando el peso del país en sus espaldas.

Así que, cuando nos dicen con solemnidad que “Guatemala se independizó en 1821”, lo único que queda es sonreír con ironía: esa independencia fue como una fiesta privada, con lista de invitados exclusiva, brindis y discursos. Afuera, la mayoría se quedó mirando desde lejos los cohetillos… que no eran para ellos.