Por Miguel Ángel Sandoval
Luego de unas fiestas de la independencia que no lo fueron en sentido estricto, hace falta algo de reflexión para tratar de establecer qué fue lo ocurrido en las dos semanas previas a los festejos, así como lo ocurrido durante ellos. No hablo de la larga historia de unos doscientos años, pues ello debe ser parte de un debate nacional que aún no hemos tenido tiempo y ocasión de llevar a cabo.
Lo primero para reflexionar es la jornada del 14/15 de septiembre en la capital del país y lugares adyacentes. Aquí lo que resalta es la ausencia de formación cívica por parte de la mayoría de las personas que participaron en las antorchas y sus derivados como las guerras de agua, en que el civismo fue el gran ausente.
De acuerdo con datos de Tumuni, solo la noche del 14 al 15 se recogieron más de 25 toneladas de basura adicionales, el 99% formada por bolsas de agua y botellas plásticas de todo tipo de refrescos carbonatados y por supuesto de agua. Las calles quedaron inundadas de esa basura y los tragantes o reposaderas igualmente atascadas con la basura patriótica de los chapines. En verdad el caos y la degradación ambiental, nada de espíritu patriótico, cívico.
Pero lo más grave de todo fue el nivel de violencia que se pudo observar y que se comentó en muchos lugares. Se observa en ello una especie de lumpenización con cobertura patriótica, lo cual es digno de análisis por los expertos. El colmo fue en la calzada Roosevelt en donde ¡¡¡un automóvil fue incendiado con una antorcha!!! Incluso hubo declaraciones de algún vocero de la policía, señalando que en el Obelisco las cosas se habían salido de control.
Y ello, se diga lo que se diga, es algo alejado de eso que se llama las fiestas de la independencia, o el sentido cívico o patriótico de la población guatemalteca. Es en todo caso, es una expresión del deterioro de la ciudadanía por muchos factores, por innumerables causas, pero todo alejado de eso que se le llama por merólicos en las radios y en la TV como patriotismo o fervor cívico. No confundamos las cosas, lo observado en estas fiestas patrias es un estado social y cultural deplorable
Quizás vale la pena un pequeño recordatorio. En las jornadas cívicas del año 2015, los miles y miles que abarrotaron las plazas, especialmente la plaza central, hicieron un gesto sin precedentes: limpiaron de basura la plaza antes de retirarse. Todo debido a que se trató de gente organizada, con conciencia ciudadana, con una idea de cambiar al país. Es de naturaleza semejante lo observado en las protestas masivas de 2023 por el respeto de la democracia y los resultados electorales. Eso explica que el cuidado por al ambiente si estuviera presente, que la basura fuera recogida, y que un clima de respeto por el otro se manifestara. Esto es realmente distinto a lo observado en las “fiestas patrias” recién pasadas.
¿Hablamos de la misma gente o hablamos de gente distinta? Es un tema para la reflexión y el análisis, pero, sobre todo, para cambiar comportamientos sociales, que se puede hacer a partir de la educación en nuestro país. Solo a manera de ejemplo, en lugar de actividades como las caminatas con antorchas y tiraderas de agua de caminatas con antorchas, se podrían hacer eventos culturales, jornadas de música, poesía, danza, oratoria, y muchas expresiones culturales. Pero no solo eso, el Mineduc, debería tomar cartas en el asunto y ordenar que, para el próximo año, en todas las escuelas del país se hiciera un curso adicional de civismo, con elementos de la configuración de lo que denominamos patria y sus festejos, con el objetivo de alejar a los jóvenes de esta suerte de canibalismo social.
No es posible pensar que estas expresiones de desorden social se sigan multiplicando sin descanso, que se trasladen del pésimo futbol, o de los carnavales sin festejo, a los actos que deberían tener un grado de solemnidad, como son las fiestas de la celebrada independencia.
Quizás falte subrayar la ausencia de responsabilidad social empresarial. Ya desde hace mucho tiempo se plantea la urgencia de evitar el plástico en bolsa en todas las ventas que se hacen en nuestro país, incluida el agua. Si en estas fiestas hubo un millón de guatemaltecos en las calles, podemos pensar en unos 4 o 5 millones de bolsas y otro tanto de agua embotellada. Es la pequeña y módica ganancia empresarial. Y todo eso fue tirado, inundó drenajes, etc. Pero negocios son negocios y los empresarios se hacen los bobos. ¡¡Y dicen sin rubor que siga la fiesta!!
Mención aparte es el tema de la alcaldía indígena de Sololá (ésta es la discusión de fondo), que hizo una declaración fuerte con el anuncio de suspender las celebraciones de la llamada independencia por la detención de varios líderes indígenas y la política de criminalizarlos. En la misma dirección se pronunciaron otras autoridades indígenas de diferentes departamentos. En verdad, éste es el debate que tenemos que llevar adelante. No podemos cerrar los ojos a un hecho clave: los festejos de la llamada independencia palidecen al ver de cerca que alrededor de la mitad de la población no tiene mucha identificación con la misma y por el contrario la rechaza como vemos. Mientras tanto a recoger la basura física, moral y cultural.




