Por Nancy González
Según el Popol Vuh, después de haber intentado la creación del hombre de barro los creadores concibieron la idea de formar un hombre de madera. Para ello, solicitaron la ayuda de lxpiyacoc e Ixmucané. En la cuidada y hermosa traducción de Sam Colop, el relato aparece de la siguiente manera: ¡Que así sea! la gente de madera sea hecha. Al momento que hablaron, fueron hechos los muñecos, parecían humanos en su habla, parecían humanos en su conversación. Al principio, fue la gente que pobló la Tierra, se reprodujeron, tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos, la gente de madera. Pero no tenían espíritu y no tenían pensamiento. No no supieron comportarse ante sus Creadores, sus Formadores. No fueron competentes y tampoco hablaron ante quienes los habían hecho, quienes les dieron vida. Por eso fueron aniquilados, inundados. Cayó sobre ellos una gran trementina del Cielo. Vino el Escarbador que les escarbó los ojos; vinieron los murciélagos decapitadores que les cortaban las cabezas; vino el jaguar masticador que comió sus carnes.
Cuando los creadores y formadores hacen la obra de la creación, colocan cada cosa en su sitio y le asignan un propósito. Pareciera, sin embargo, que ese propósito se ha roto. Esta narración mítica no contradice al pensamiento científico; por el contrario, solo es una narración diferente. Su propósito no es ofrecer explicaciones causales, sino mostrar que “cada cosa está en su sitio y cumple una función”. Los hombres, los animales, el firmamento, las montañas, las plantas, las rocas y el tiempo forman parte de una unidad en la que cada componente tiene su papel. No obstante, el espíritu crematístico, o búsqueda ilimitada de riqueza, se volvió en el instrumento para el reordenamiento tecnológico, legal, institucional y simbólico de las cosas.
El episodio de los hombres insensibles parece replicarse en nuestro tiempo. El hombre sin alma y sin entendimiento ha vuelto a cobrar vida, colocando su racionalidad materialista y de supremacía sobre la naturaleza, una naturaleza que ya no honramos, valoramos, ni respetamos, y que, posiblemente nos destruya. El consumismo voraz se presenta como otra forma de colonización, mediada por el sistema capitalista, que profundiza las injusticias ambientales y sanitarias a escala global.
Este momento debería llevarnos a cuestionar y desafiar nuestra definición de sostenibilidad, que se ha limitado a sugerencias para mantener el modelo económico, sin poner en primer lugar a la Madre Naturaleza. En su práctica ha legitimado la forma en la que se irganiza, transforma y destruye la naturaleza. Incluso ha tratado de reducir el problema a niveles individuales. La narrativa hegemónica se ha enfocado en los hábitos de consumo y generación de residuos, en lugar de abordar las causas estructurales inherentes a las contradicciones del sistema capitalista, cuyos efectos tienen impactos diferenciados sobre ecosistemas, las comunidades indígenas y las mujeres.
Por ejemplo, el basurero a cielo abierto conocido como el Picacho, ubicado en una de las montañas más altas de la cuenca de Atitlán, es una decisión mancomunada que representa un peligro para la salud de los ecosistemas, las comunidades, los pueblos y la vida misma, pero que no afecta a la industria del plástico. Este caso ha sido ampliamente documentado pero las autoridades no han conseguido cerrarlo. Esto no es un problema ambiental aislado, sino una expresión estructural de la distribución desigual de los riesgos ambientales, producto de un sistema excluyente y del racismo ambiental.
Por lo tanto, es crucial cuestionar las propuestas diseñadas desde los espacios de poder y las narrativas edificadas por la hegemonía occidental sobre la naturaleza transitoria de la industria contaminante. Esta solo va a servir para replicar los modelos extractivos que han generado la desigualdad. Los costos de esta transición vamos a pagarlos nuevamente nosotros los pueblos, las mujeres y la naturaleza, perpetuando los modelos de desigualdad existentes.
¿Cómo hemos de defender nuestros bienes comunes naturales y el territorio, frente a empresas que incumplen con las disposiciones ambientales? Otro ejemplo es la normativa sampedrana 111-2016 que prohíbe las bolsas de plástico de un solo uso. A partir de su implementación, la industria del polietileno ha tenido que transformar mercadológicamente su producción de plásticos y desechables, presentándolos como productos “biodegradables”. Lastimosamente no se cuenta con una norma oficial especifica que establezca el tiempo en el que los polímeros deben degradarse, que permita determinar si cumplen con lo que anuncian o si es puro slogan publicitario. Necesitamos mejores normas ambientales que no solo regulen sino sancionen la publicidad engañosa.
Para el lago Atitlán, que es una zona reconocida como área protegida, necesitamos políticas institucionales distintas, hoy día penalizan a las familias pobres que cortan un árbol para la leña, pero no regulan nada sobre la comercialización libre de los agroquímicos dañinos para la salud humana y la vida del lago. Somos las comunidades indígenas, mayoritariamente expuestas a contaminación, toxicidad, residuos y plásticos, quienes sufrimos un sistema de opresión institucional. Pareciera que en nuestras comunidades no se puede tener derecho a un ambiente sano.
De cara al colonialismo tóxico y la crisis ecológica generada por la contaminación han surgido propuestas como la “Economía circular”. Uno de sus principios, engañosos, es atribuir la responsabilidad exclusiva del manejo de residuos al consumidor final. Este “otro” modelo está tomando vuelo, pero no renuncia al crecimiento insostenible y busca mantener vivos los mercados, eximiendo de responsabilidades históricas a las grandes corporaciones y a los países productores. Para enfrentar la crisis de los plásticos la acción debe centrarse en su origen, para disminuir de manera significativa la producción mundial de plásticos tóxicos que mucho daño le hacen a los cuerpos de agua como el lago Atitlán, debe haber regulaciones sólidas y penalizaciones.
Hace unos días, durante la madrugada del 15 de agosto de 2025, concluyó sin una decisión formal la quinta sesión del Comité Intergubernamental de Negociación (INC). El bloque productor de petroquímicos encabezado por Arabia Saudita, acompañado por Estados Unidos, Rusia, India, Malasia y otras naciones ha impedido y seguirá impidiendo cualquier avance para un tratado vinculante. El comité buscaba crear un Tratado Mundial jurídicamente vinculante sobre los plásticos como resultado de la histórica decisión de la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEA) en 2022, que establece el Comité Intergubernamental de Negociación (INC) para elaborar el borrador del Acuerdo Internacional. Sin embargo, las negociaciones recientes finalizaron sin ningún acuerdo.
Lo que me lleva a la reflexión es cómo el hombre sin alma y sin entendimiento ha vuelto a cobrar vida, colocando sus intereses crematísticos sobre la vida de la naturaleza, que al final es frágil, y aún más frágil es la vida humana. El cambio climático trae consigo un nuevo régimen en el que los países y los emporios empresariales que provocaron la crisis imponen sus reglas, no para proteger al planeta, el medio ambiente o a la humanidad, sino para ponerse a salvo. El futuro común y los Objetivos del Desarrollo Sostenible parecen cada vez más lejos de alcanzarse, las desigualdades se profundizan y los efectos de la crisis climática se hacen cada vez más sensibles.
La crisis climática nos seguirá recordando que estamos ante una tarea pendiente. Los Estados no la están atendiendo como debería ser, mientras las industrias están recreando negocios verdes alrededor de la crisis. Las desigualdades van a ir recrudeciéndose con fenómenos naturales como el huracán Mitch, el Stan y el Agatha. Estos fenómenos son los gritos de auxilio de la naturaleza y sus daños colaterales, como bien lo dijo en un foro reciente una mujer indígena hermana del sur: El colonialismo persigue al pasado, presente y futuro de los pueblos indígenas a través del clima.




