Palencia, municipio del departamento de Guatemala, aparece dentro de las delimitaciones del Corredor Seco Ampliado elaboradas en 2023 por la SESAN y el MAGA. La nueva cartografía confirma lo que las comunidades ya habían advertido: el municipio enfrenta condiciones propias de esta franja climática. Y mientras los campesinos siguen solos, el extensionista del MAGA designado a ese municipio y quien ocupa también el cargo de síndico municipal, cosecha dos ingresos.
Por Derik Mazariegos

El maíz nació con la fe de siempre y la suerte de nadie. Tres aguaceros de mayo lo animaron a levantarse, y después el cielo se cerró como una puerta vengativa, devolviendo a la tierra el costo de la deforestación que desnudó las montañas, de los incendios que dejaron cicatrices negras y del basurero que arde en la aldea El Tabacal, a la orilla del río Las Cañas. La tierra, abierta en grietas, quedó tendida bajo un sol implacable. Don Tito de Jesús Eufragio, originario del sector conocido como El Encinón, en el municipio de Palencia, camina entre los tallos secos contando sus pérdidas en silencio: treinta libras de frijol, diez de maíz por cada pedazo de tierra. Y aun así, “uno mete pisto y no lo saca; el trabajo se pierde, pero seguimos”, dice. Lo dice porque sembrar es uno de los pocos modos de estar vivo, y porque a su edad ya no lo contratan en ningún otro trabajo.
En Palencia, el agua llegó a destiempo. En la aldea El Tabacal, cuando llueve mucho, el agua se va en carrera por la superficie. Como las parcelas están en laderas inclinadas, no alcanza a penetrar en el suelo: lava la tierra, moja las hojas, pero no las raíces. Cuando no llueve, el polvo se instala en la garganta y en la economía. Este año, la gente resembró frijol —no enredador, por si acaso arrecia la irregularidad— con la esperanza de rescatar algo. El precio de la fe se paga en tortillas cada vez más pequeñas: tres por un quetzal, y a veces ni eso alcanza. En la Terminal, el frijol rojo no lo quisieron ni a dos quetzales la libra: el costal regresó al hombro. Se perdió el pasaje, se perdió la ilusión y se ganó, en el camino, más hambre.
El Tabacal huele a humo y a tierra cansada. El vertedero municipal está ahí mismo, a la orilla de un hilo de agua que baja hacia el río Las Cañas, afluente del Motagua: no tiene manejo, ha ardido en incendios, y la gente recuerda uno reciente en diciembre que volvió el aire irrespirable. La norma dice que un sitio así debería estar a más de 200 metros del cuerpo de agua y en pendientes moderadas; aquí, la letra del reglamento se quedó lejos de la topografía del abandono.
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Durante mi recorrido, pude visitar y conversar con Blanca Morales, lideresa ambientalista palenciana. Mientras caminábamos entre la milpa me iba contando con una voz que dejaba sentir los años de repetirlo y las pocas veces de ser escuchada: “Lo de Palencia casi nadie lo reporta. Estamos entrando cada vez más fuerte al corredor seco. Nuestros agricultores perdieron la semilla y la cosecha. Y también nos abandonó el Estado”.
Nombra los lugares como parientes: El Fiscal, Azacualpilla, Potrerillos, la laguna, Las Hormigas. Dice que ahí ya no se saca ni lo sembrado, que en el campo quedan sobre todo ancianos y que los jóvenes se fueron: unos a la capital, otros al Norte. Entre todo lo que compartió, una frase me quedó resonando: “Si pierde el agricultor, perdemos todos”.

En el camino, Blanca Morales me iba contando el contexto del lugar. Señalaba con la mano las parcelas y decía que la mayoría de quienes trabajan ahí ya son campesinos de la tercera edad, y casi ninguno lo hace en tierra propia: es tierra alquilada. “Por eso es más duro”, agregó, “porque aunque se pierda la cosecha, el arriendo hay que pagarlo igual”.
Un poco más adelante vimos a dos agricultores inclinados sobre la milpa, removiendo la tierra reseca con paciencia y resignación. Uno de ellos, don Tito, nos saludó y se detuvo a conversar. A su lado estaba don Prudencio Eufragio. En sus manos curtidas y en su voz cansada se notaban los años: más de tres décadas sembrando en suelo ajeno, pagando renta por parcelas que cada temporada producen menos.

Estuvimos conversando y, entre las preguntas que surgieron, salió una sobre lo que dejaba realmente la siembra. Don Tito se quedó mirando sus matas, como si hiciera cuentas silenciosas. Después mencionó con mucho pesimismo: “Este año ha sido el más fregado de todos. Antes, aunque fuera poquito, algo se lograba. Hoy ni la semilla se recupera. Uno mete pisto y no lo saca, el trabajo se pierde, pero seguimos. ¿Y qué más vamos a hacer? A nuestra edad ya no nos contratan en ningún lado. Sembrar es lo único que nos queda”.
Su memoria viajó hacia los tiempos buenos: “En un año bueno, una manzana daba 40 quintales de maíz. El frijol, hasta 24 quintales. El año pasado apenas saqué siete quintales con casi una manzana y media. Y ahora ni eso. Este año todo se perdió”. Lo dijo con la pena de pensar en qué hará para trabajar y comer el próximo año, porque la siembra no termina en la cosecha: hay que reinvertir cada año para volver a empezar.

Entonces relató lo que le sucedió en la Terminal, un viaje que todavía le pesa en el recuerdo. “Fuimos con mi hermano a vender frijol rojo. Llevamos un quintal cada uno y nos lo tuvimos que regresar. Ni a dos quetzales la libra lo querían comprar. Perdimos el pasaje, perdimos la ilusión… y al final ganamos más hambre”. El costal que volvió al hombro pesaba más que el quintal de granos: traía la humillación de ver su esfuerzo despreciado y la certeza amarga de que lo campesino ya no encuentra lugar en un mercado inundado por intermediarios y grano importado. El regreso con el costal intacto no fue solo una pérdida económica; les dejó en claro a los hermanos que sembrar en Palencia se ha vuelto un acto de resistencia en un tiempo en que vivir dignamente de la agricultura parece cada vez más imposible.
“Fuimos con mi hermano a vender frijol rojo. Llevamos un quintal cada uno y nos lo tuvimos que regresar. Ni a dos quetzales la libra lo querían comprar. Perdimos el pasaje, perdimos la ilusión… y al final ganamos más hambre”.
Cuando le preguntamos por qué a pesar de las pérdidas seguían sembrando, don Tito se quedó un momento en silencio y luego respondió: “Nosotros sembramos porque nos gusta, porque es injusto no tener aunque sea unos elotes para compartir. Pero es duro, porque cada vez somos menos los que nos quedamos aquí. Los jóvenes ya no quieren. Se van a la capital, o al Norte. Y uno se queda alquilando, trabajando, perdiendo… pero sembrando todavía”.

Lo dijo con una mezcla de terquedad y resignación. Reconoció que, a su edad, ya no hay otra opción: “A nosotros ya no nos contratan en ningún lado. El único trabajo que nos queda es la tierra, aunque sea alquilada”.
Luego habló de sus hijos, que representan esa ruptura con el campo: “Mis muchachos ya no creen en la agricultura. Algunos terminaron bachillerato, otros diversificado, otro es perito contador. Pero aunque estudiaron, no encuentran trabajo fijo. Y aun así, no quieren volver al campo, porque dicen que aquí solo se pierde el tiempo, que el campo no deja nada. Prefieren buscar cualquier cosa en la capital, aunque los exploten doce horas al día, antes que quedarse sembrando”.

Para don Tito, la contradicción es dolorosa: el estudio no abrió las puertas que prometía, pero tampoco reavivó el arraigo con la tierra. “Ellos dicen: ¿para qué vamos a sembrar, si igual no da? Y uno los entiende, porque aquí se trabaja y se pierde. Pero también duele, porque entonces el campo queda solo en manos de nosotros, los viejos, y cuando ya no podamos, ¿quién lo va a trabajar?”.
Blanquita preguntó si alguna vez habían visto a los extensionistas del MAGA caminar por estas parcelas. Los hombres se rieron, como quien ya conoce la burla. “Aquí nunca aparece nadie”, dijo don Tito. El otro recordó que una vez los llamaron de la municipalidad, para entregar un puñado de semillas, y después nunca más. Añadió que las ayudas no son para quienes siembran, sino para los que tienen tiempo de ir a las reuniones. “Nosotros, que vivimos metidos en el monte, nunca estamos en la lista”, resumió.
Lo urgente, insiste Blanquita, es reconocer que Palencia ya forma parte del Corredor Seco y que sin maíz propio no hay tortillas, y sin tortillas no hay vida, porque se pierde la dignidad y la raíz de nuestra cultura.
Al terminar el recorrido por el campo le pregunté a Blanquita qué exige a las autoridades. Su respuesta fue un inventario de ausencias: que hagan un censo agrícola, porque sin datos no hay política pública que responda; que envíen a los extensionistas, no a repartir papeles, sino a caminar al campo con los y las campesinas y mirar con sus propios ojos las pérdidas. Recordó que las raciones llegan pocas, tarde y, muchas veces, para quienes ni siquiera siembran: “un puchito para tapar el ojo al macho”. Su reclamo choca con la realidad burocrática: los documentos oficiales muestran que Palencia cuenta con un extensionista nombrado y pagado por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Ganadería (MAGA), cuyo salario supera los Q20 mil mensuales. Pero en el campo nadie lo ve. Y mientras la nómina lo respalda, los agricultores siguen solos frente a la sequía. Lo urgente, insiste Blanquita, es reconocer que Palencia ya forma parte del Corredor Seco y que sin maíz propio no hay tortillas, y sin tortillas no hay vida, porque se pierde la dignidad y la raíz de nuestra cultura.

Palencia: fuera del mapa oficial, dentro de las condiciones del Corredor Seco
Palencia, municipio del departamento de Guatemala, aparece actualmente dentro de las delimitaciones del Corredor Seco Ampliado elaboradas en 2023 por la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional (SESAN) y el MAGA. Aunque durante años no figuró en los mapas oficiales ni en los estudios internacionales de la FAO y el PNUD, que se concentraban en departamentos como Quiché, Baja Verapaz, El Progreso, Zacapa, Chiquimula, Jalapa y Jutiapa, la nueva cartografía confirma lo que las comunidades ya habían advertido: el municipio enfrenta condiciones propias de esta franja climática.
El Plan de Desarrollo Municipal (PDM) de Palencia 2025, elaborado con acompañamiento de la Secretaría General de Planificación y Programación (SEGEPLAN), también reconoce que el territorio se traslapa con el Corredor Seco y que padece problemáticas asociadas como sequías recurrentes, pérdida de cosechas y escasez de agua. A estas se suman las amenazas críticas identificadas en el informe comunitario Minería, Deforestación, Basura y Organización (Chiviricuarta, 2025): la sobreexplotación de materiales de construcción (con 90 sitios de extracción de piedrín y arena según SEGEPLAN), el vertedero municipal sin tratamiento que contamina fuentes de agua y aire, y la deforestación e incendios vinculados al avance de la frontera agrícola.
El reconocimiento oficial de Palencia como parte del corredor seco ampliado confirma que sus condiciones climáticas y socioambientales no son una excepción local, sino parte de una crisis regional que exige políticas públicas más allá del clientelismo y las visitas de vitrina.

Lo que ocurre en Palencia también puede leerse desde lo que especialistas en ecología política llaman una zona de sacrificio. El concepto, trabajado en América Latina por Eduardo Gudynas y Maristella Svampa, describe territorios donde el modelo de desarrollo concentra el daño: vertederos, areneras, industrias contaminantes o megaproyectos extractivos. En esas zonas, el Estado suele abandonar sus obligaciones y termina administrando la desigualdad. La cuenca del Motagua, con municipios como Palencia, San Pedro Ayampuc, San José del Golfo, San Antonio La Paz y Chinautla, es un ejemplo de ello: espacios periféricos donde se normaliza la contaminación de ríos, la deforestación y los basureros a cielo abierto, como el de El Tabacal. Para las comunidades, vivir en una zona de sacrificio significa cargar con las consecuencias de un modelo que los trata como si fueran desechables.
Emeterio Rodas Aguilar: entre el MAGA y la municipalidad de Palencia

La persona que debería acompañar a agricultores como don Tito existe y tiene nombre: Emeterio Rodas Aguilar. Ingeniero Agrónomo de profesión, desde el 1 de abril de 2019 está contratado en el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación como Extensionista de Desarrollo Agropecuario y Rural en la Agencia Municipal de Extensión Rural de Palencia.
Su contratación se hizo bajo el renglón 011 con un salario base de Q3,757.00 más Q6,625.00 de bonificación, aunque los registros de nómina muestran que en julio de 2025 recibió Q20,514.00 como ingreso mensual total en el ministerio, debido a que recibió también por concepto de Bono 14 Q10,132.00.
Dos oficios de Recursos Humanos, emitidos el 18 y 19 de junio de 2025, certifican que Rodas Aguilar seguía activo en el MAGA y que no tenía prestaciones en trámite, confirmando que nunca fue dado de baja.
Esta información fue obtenida a través de la Resolución UIP-656-2025 (Expediente UIP-644-2025) de la Unidad de Información Pública del MAGA, emitida el 20 de junio de 2025, en respuesta a una solicitud presentada bajo la Ley de Acceso a la Información Pública.
Su salario se encuentra respaldado en el Acuerdo Gubernativo 261-2024, que regula la escala oficial de remuneraciones del Organismo Ejecutivo, y la nómina de julio de 2025 ratifica que continúa en planilla con ingresos completos. Según el documento oficial de funciones del cargo, Rodas Aguilar debía representar al MAGA en Palencia, organizar el Consejo de Coordinación Agrícola y Pecuario Municipal (COAPEM), coordinar el Sistema Local de Extensión Rural (SLER), promover la asociatividad campesina, brindar asistencia técnica a las familias rurales, formular y dar seguimiento al Plan Municipal de Extensión Rural y resguardar los bienes de la Agencia.

Un síndico con doble ingreso y posible conflicto de intereses
Emeterio Rodas Aguilar ha ocupado de manera continua el cargo de síndico primero en la municipalidad de Palencia desde 2016: electo con el partido político LIDER en las elecciones de 2015, luego en 2019 con la UNE y, más recientemente, en 2023 por el partido Vamos por una Guatemala Diferente, en la planilla encabezada por el alcalde Beto Reyes.
Según la nómina oficial, desde enero de 2024 recibe Q17,500 mensuales por concepto de dietas por participar en las sesiones del Concejo Municipal. Al mismo tiempo, recibe un salario como extensionista del MAGA. Documentos oficiales muestran que en julio de 2025 obtuvo Q20,514 del MAGA y Q17,500 de la municipalidad, sumando Q38,014 en un solo mes.
En entrevista con Prensa Comunitaria, Rodas rechazó que exista conflicto de interés en el ejercicio simultáneo de sus funciones como extensionista del MAGA y síndico primero de Palencia. “No hay conflicto de interés porque los grupos del MAGA ya están registrados y yo no decido a quién se atiende”, afirmó, al señalar que los programas operan con bases de datos establecidas y que su rol es únicamente técnico.
El Código Municipal permite que un síndico tenga otro empleo. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) advierte que basta con que la situación comprometa la percepción de objetividad para configurarse un conflicto de interés, sin necesidad de probar daño concreto o intención.
Las atribuciones de Rodas como extensionista agrícola se cruzan con sus deberes de síndico, regulados en el artículo 54 del Código Municipal. Pese a ello, insistió en que ambas labores no interfieren y fue más tajante: “Decir que existe conflicto de interés puede ser difamación”.
Tras la entrevista, Rodas defendió su doble función y por medio de mensajes en WhatsApp señaló: “En mayo 2019 opté a la plaza de extensionista agrícola del municipio de Palencia del cual fue una convocatoria. La gané por oposición. (…) Allí queda totalmente descartado q exista un conflicto de intereses entre una cosa u otra debido a q cuando asisto a una actividad como síndico no promuevo nada de mi empleo del Maga ni viceversa”.
Luego añadió: “no les digo que no lo publiquen, solo les pido que lo hagan en base legal, ya que se presta para el morbo o la desinformación de las personas q puedan leer la nota y mal interpretan que son 2 sueldos o que tengo 2 empleos a la vez”.

Entre fincas cafetaleras y el abandono campesino: el clientelismo agrícola en Palencia
El contraste se evidenció en junio de 2025, cuando María Fernanda Rivera, la ministra de Agricultura, visitó Palencia para presentar proyectos de sostenibilidad y agricultura familiar. Sin embargo, la agenda oficial priorizó el recorrido por la finca cafetalera San Patricio el Limón propiedad del alcalde municipal Beto Reyes, en lugar de acercarse a las comunidades campesinas más golpeadas por la sequía y las pérdidas de maíz y frijol.
#Guatemala| Durante su visita de trabajo en Palencia, la ministra @MariaF_Rivera conoció proyectos de sostenibilidad de cultivo de café, atendiendo una invitación del presidente y vicepresidente de @CafedeGuatemala. pic.twitter.com/LFQ50s8hQ4
— MAGA Guatemala (@MagaGuatemala) June 14, 2025
Aunque el MAGA destacó estos programas como ejemplos de apoyo a la producción, vecinos de Palencia cuestionaron que las intervenciones no lleguen a las comunidades más afectadas por la sequía. Según relataron, los apoyos suelen concentrarse en sectores cercanos a las bases políticas del alcalde, mientras los pequeños agricultores que enfrentan la crisis en carne propia quedan al margen.
El resultado es un desajuste entre la política pública y la realidad comunitaria. Mientras en el terreno los pequeños productores enfrentan pérdidas de cosechas y dificultades para comercializar, en el papel el Estado presenta informes de proyectos y programas. Esta brecha evidencia la necesidad de que los recursos se orienten de manera más directa hacia las comunidades afectadas por la crisis climática y alimentaria.





