Juventudes hoy o crisis mañana: invertir en ellas es supervivencia nacional

 Por Derik Mazariegos

Agosto es el mes de la juventud y, como cada año, las instituciones públicas llenan la agenda con festivales, ferias, convivios y campañas simbólicas. Se celebra a los jóvenes, se les aplaude como “el futuro del país” y se les invita a participar en dinámicas que rara vez tienen impacto real. Esa retórica puede sonar inspiradora, pero esconde un hecho incómodo: mientras se organiza la fiesta, se ignora que la mayoría de las juventudes viven con precariedad, sin oportunidades laborales, sin acceso pleno a la educación superior y sin condiciones materiales para ejercer ciudadanía.

Guatemala tiene una ventaja única y al mismo tiempo una amenaza latente: su población joven. Si no se invierte en ellas ahora, el país corre el riesgo de heredar otra generación marcada por las mismas fracturas que dejó el conflicto armado interno y el genocidio. Reconstruir un entramado social debilitado no puede limitarse a actos protocolares financiados por la cooperación internacional ni a actividades simbólicas organizadas por instituciones públicas. La verdadera reconstrucción debe darse en las calles, los barrios y las comunidades, allí donde las juventudes enfrentan la desigualdad todos los días y donde podrían, con los recursos necesarios, desplegar su potencial para transformar el país.

Se suele repetir que los jóvenes deben “poner en práctica sus capacidades, proponer soluciones y construir desde su realidad”. Sin embargo, esa oportunidad está muy limitada. Muchas juventudes simplemente no pueden hacerlo porque carecen de tiempo libre, recursos, acceso a formación o incluso del derecho al ocio. Sin esas condiciones materiales, la participación se convierte en un privilegio de pocos. Y lo que se ofrece como sustituto son espacios simbólicos que refuerzan la ilusión de inclusión: visitas al Congreso para simular ser diputados por un día, un “cosplay legislativo” que no cambia nada y que solo sirve para maquillar la crisis.

A este panorama se suma un vacío legal e institucional que refleja el desinterés histórico hacia las juventudes. Guatemala no cuenta con una Política Nacional de Juventud vigente ni con una Ley de Juventud que establezca responsabilidades claras al Estado. El Consejo Nacional de la Juventud (CONJUVE), en lugar de enfrentar estas desigualdades de raíz, se ha limitado demasiadas veces a organizar actividades mediáticas o conmemorativas que adornan la crisis en lugar de resolverla.

Sin un marco legal sólido y políticas sostenidas, Guatemala sigue apostando a la improvisación. Y en un país con una mayoría demográfica joven improvisar significa hipotecar el futuro nacional.

El Plan Nacional de Desarrollo: K’atun, Nuestra Guatemala 2032 ya había planteado una ruta para proyectar al país en los próximos 20 años. Inspirado en el katún, ciclo de la cosmovisión maya que simboliza la proyección hacia el futuro, el plan buscaba articular Estado, sector privado, sociedad civil y comunidades en un proyecto común para reducir desigualdades y fortalecer el tejido social. Pero sin recursos ni voluntad política, esa ruta sigue siendo un papel guardado.

El bono demográfico es una fase de la transición poblacional en la que un segmento en edad de trabajar supera ampliamente a la dependiente. Esto reduce la carga y abre una oportunidad histórica para impulsar el crecimiento económico y social. Pero este potencial no se activa por sí solo: requiere políticas sostenidas en educación, empleo digno, salud, innovación y cultura. De lo contrario, se desperdicia y deriva en un aumento de desigualdades y en crisis estructurales futuras. No aprovechar este momento significa perder una oportunidad única y condenar al país al estancamiento.

Invertir en las juventudes no es un lujo ni un gasto: es una obligación política y la única estrategia de supervivencia nacional. La pregunta real no es si el Estado puede permitirse hacerlo, sino si puede permitirse seguir sin hacerlo. Reconocer la utilidad de lo que en un sistema tan dañado se considera inútil es un acto profundamente político. El ocio, el arte, el debate, la organización y la creación colectiva no son adornos ni distracciones: son condiciones necesarias para pensar, imaginar y disputar otro futuro posible. Una sociedad que niega esa “utilidad de lo inútil” condena a sus juventudes a sobrevivir sin transformar y a un país entero a vivir sin proyecto histórico.