Bradley, el danzante más joven del Palo Volador en Joyabaj

 

Voladores, monos y ángeles se elevaron una vez más al aire para celebrar la feria patronal en honor a la Virgen del Tránsito, en Joyabaj, Quiché. Una herencia ancestral de más de siete generaciones que inspira a las nuevas a continuar con la preservación de esta práctica frente al mundo moderno.

Por Alex PV

En la feria de Joyabaj, Quiché un niño de seis años se encontraba en la plaza central, ignorando el ruido y la algarabía que inundaban el lugar. Alzaba su mirada al cielo y descubre a los voladores, sintiendo cómo el viento rozaba sus alas y acariciaba sus rostros. Fue en ese instante, en el año 2022, cuando nació en el pequeño el anhelo de ser uno de ellos.

Su madre, con la ilusión de su hijo en el corazón, pidió permiso al entonces coordinador de la danza ceremonial, el finado don Diego Pú. Con gusto y generosidad le permitió participar durante los días siguientes en la “Octava”, un complemento de la fiesta que, según la tradición ancestral, ocurre siete días después de la feria principal. Durante esos días, el niño participó en dos ocasiones, para lo cual tuvo que prestar el traje que lo hizo sentir parte de esa herencia cultural.

Al año siguiente, en 2023, el niño soñador volvió a expresar su deseo de participar. Su madre no dudó en solicitar nuevamente el permiso a los organizadores, que aceptaron con alegría. Esta vez pudo participar durante toda la “Octava”, y los días en que acudía a la escuela apenas salía, se dirigía a la plaza para bailar junto a sus compañeros, sumergido en el sonido de las teclas de la marimba.

La tradición del Palo Volador en Joyabaj se enmarca en la feria patronal en honor a la Virgen de Tránsito. Foto Alex PV

En 2024, su familia decidió confeccionar su propio traje de mico (mono), elaborado por el tío Carlos Pérez, reconocido artesano del pueblo. Con ese acto, el niño decidió participar tanto en la feria principal como en los días de la “Octava”.

Iniciando así un nuevo legado y reivindicando el nombre de Pascual Pérez, su abuelo, que había sido un líder respetado durante los años 80, conocido por apoyar y confeccionar los trajes de los micos y ángeles y por llevar a los danzantes a presentarse en la ciudad de Guatemala junto al finado Diego Pú.

Un danzante del Palo Volador en la feria patronal de Joyabaj el 15 de agosto. Foto Alex PV

Por su parte, Mercedes Pérez, madre de Bradley, expresa su felicidad al ver a su hijo junto a los demás danzantes, compartiendo en armonía esta herencia ancestral que hace único al pueblo de Joyabaj.

Una tradición de siete generaciones

En la actualidad, Bradley Tzitá Pérez tiene nueve años y es uno de los danzantes más jóvenes del Palo Volador, dentro de un grupo de más de 20 personas que realizan esta danza ancestral en Joyabaj.

En las escenas participan 12 danzantes: ocho ángeles y cuatro monos. Además, se cuenta con tres mayordomos, dos cargadores, cinco miembros de la junta directiva del comité y el maestro de la marimba. También hay cuatro mujeres encargadas de la cocina, quienes se dedican a preparar los alimentos para quienes participan.

La danza está conformada por 12 personas, cuatro monos y ocho ángeles. Foto Alex PV

Joyabaj es un municipio ubicado al noroeste de Quiché, reconocido de manera popular como la cuna del Palo Volador. Es uno de los dos municipios de este departamento que practica esta danza de manera anual durante su feria patronal, que se celebra del 7 al 15 de agosto. El otro municipio es Chichicastenango, donde se realiza entre el 17 y el 23 de diciembre.

A diferencia de Chichicastenango, cuyos danzantes representan micos y jaguares, en Joyabaj los participantes son micos y ángeles. “Esta danza interactúa con la naturaleza: monos, jaguares y aves. Aquí los ángeles son considerados mensajeros y, los monos, los arquitectos del espacio”, dijo Lorenzo Juárez, coordinador de la danza ceremonial de los voladores. Juárez se integró a esta tradición desde 1980 y en 2024 asumió el rol de coordinador por el fallecimiento del anterior responsable.

El Palo Volador es una tradición en Joyabaj que lleva ya más de 7 generaciones. Foto Alex PV

Los organizadores desconocen los años exactos que lleva practicándose la danza en el municipio, de lo que sí tienen certeza es que durante siete generaciones se ha mantenido viva, tomando en cuenta que cada generación tiene 25 años, el resultado serían 175 años.

Solo cuatro municipios en Guatemala realizan esta tradición: Joyabaj y Chichicastenango en Quiché; Cubulco, Baja Verapaz; y recientemente se retomó en San Pedro La Laguna, que llevaban más de 80 años de no realizarla.

Una lucha entre el bien y el mal

El Palo Volador simboliza la lucha entre el bien y el mal, y su origen se relaciona con el Popol Wuj, el libro sagrado de los mayas K’iche’. En este libro se narra la historia de los hermanos Jun Batz y Jun Ch’owen, que fueron castigados y convertidos en monos al intentar asesinar a los dioses gemelos Ixb’alamke y Junajpú.

Este episodio aparece en los capítulos VI o VII de la segunda parte del Popol Wuj, según la traducción. Jun Batz y Jun Ch’owen eran los hermanos mayores de Junajpú e Ixb’alamke. Eran hábiles en las artes: tocaban música, tallaban y pintaban, pero también eran orgullosos y envidiosos. Al ver que los dioses gemelos crecían con gracia y sabiduría, intentan engañarlos e incluso deshacerse de ellos.

La tradición únicamente se realiza en cuatro municipios de Guatemala. Foto Alex PV

Sin embargo, Junajpú e Ixb’alamke usaron su ingenio para revertir el daño y castigaron a sus hermanos, transformándolos en monos, animales considerados sagrados por su relación con la creatividad, la danza y la música.

De esta manera, el relato no solo explica el origen mítico del mono, sino también cómo el arte quedó ligado a lo divino y espiritual, al mismo tiempo que muestra las consecuencias de la soberbia y la envidia frente a la humildad y la sabiduría.

Un espectáculo de Joyabaj

Los preparativos comienzan en abril de cada año. Para este 2025, dice Juárez que se realizaron siete ensayos, y el 27 de julio se llevó a cabo una actividad que marcó el inicio de la fiesta en el pueblo. En esta ocasión, se utilizó el mismo palo del año pasado, de 32 metros de altura que fue trasladado por varias personas desde la comunidad de Panchún hacia la plaza municipal.

“Hubo una ocasión en que la municipalidad intentó apoyar con maquinaria para el traslado del palo, pero eso le quitó la vivencia al pueblo durante la traída. Posteriormente, los comunitarios volvieron a cargarlo como es costumbre”, comenta Anastacia Mejía, periodista comunitaria de Xolabaj Radio, quien presenció el descenso de los voladores en la plaza central de Joyabaj el día principal, 15 de agosto, entre la Iglesia católica y la municipalidad.

Por tradición, solo hombres participan en esta danza. Foto Alex PV.

El 14 y 15 de agosto, los días cumbre de la feria, las calles de Joyabaj alientan el paso de los danzantes. El 14 desde las ocho de la mañana corren por todo el municipio, visitando una a una las siete cofradías dispersas en distintos puntos del pueblo. A su paso suena la marimba, el tun y la chirimía, que con el estruendo de cohetillos y bombas anuncian la fiesta.

Al mediodía regresan a la plaza central junto a las cofradías. Mientras los cofrades ingresan a la iglesia, los voladores comienzan a ascender y descender del imponente palo. A las tres de la tarde, los danzantes guían la procesión para traer la imagen de Santa María del Tránsito desde su cofradía.

El recibimiento de la santa está marcado por un gesto ancestral: atol Matz’, una bebida espesa hecha de masa de maíz, frijol cocido y sal que se sirve en jícaras. Su nombre matz’ en k’iche’ hace referencia a lo “apretado o espeso”, por la textura que adquiere. Entre el bullicio, los danzantes giran en medio de la multitud y los micos desarman el espacio donde reposa la imagen. El reloj marca las cinco de la tarde cuando los voladores encabezan el retorno de Santa María del Tránsito hacia la Iglesia católica.

Atol Matz’, servido en jícaras. Foto Alex PV

El recorrido es multitudinario. Cientos de personas de Joyabaj y visitantes de distintas partes del país y del extranjero acompañan la procesión. A las seis de la tarde, la imagen llega a la plaza central. Mientras ingresa a la iglesia, los voladores descienden una vez más del palo, ofreciendo un espectáculo único, propio de Joyabaj, o Xoy, como lo nombran sus habitantes. La jornada termina con el estruendo de bombas y música de marimbas orquestas.

Fragmentos de la herencia cultural en Joyabaj

El 15 de agosto, desde las seis y media de la madrugada, la plaza central de Joyabaj vuelve a llenarse de movimiento. Los danzantes del Palo Volador se presentan temprano para iniciar los ascensos y descensos, ofreciendo a los visitantes un fragmento de su herencia cultural. Entre los participantes destacan rostros de distintas edades.

Bradley, el más pequeño, acapara la atención: la gente lo admira, le sonríe y se toma fotografías con él. Aún no tiene la edad suficiente para lanzarse al vuelo, pero su mirada no deja lugar a dudas: algún día lo hará.

Danzantes se suspenden en el aire, en este espectáculo en Joyabaj. Foto Alex PV

En contraste, el mayor de los micos es don Nicolás Pérez. Se integró a la danza a los 15 años, motivado por un antiguo integrante que lo inspiró a subir al palo. Conocido cariñosamente como Aklax, hoy tiene 64 años y sigue trepando con el mismo compromiso. Es el único de su familia que mantiene esta práctica; año tras año regresa, incluso cuando sus parientes han tomado otros caminos.

A las once y media de la mañana, la imagen de Santa María del Tránsito sale de nuevo a recorrer las calles del pueblo. Los danzantes guían la procesión, marcando el paso con su energía y coloridos trajes rojos y negros. después de dos horas de recorrido, regresan a la plaza central para ejecutar los últimos descensos del ciclo. Su participación termina aquí, hasta reencontrarse con la tradición en la “Octava”, el 24 de agosto.

Una ofrenda a los abuelos

Para los participantes, esta práctica es una actividad espiritual en memoria de sus abuelos, como una ofrenda. También se convierte en una herencia ancestral que seguirá realizándose, como lo menciona Juárez: “El maestro de la marimba, su tatarabuelo, danzaba; dejó al abuelo, del abuelo al papá y del papá al hijo”. Las personas son escogidas de acuerdo con su nawal y misión, que en este caso es ser músico.

Según Juárez, la danza, por tradición, solo la practican los hombres. En su origen, extraído del Pop Wuj, se menciona que son hermanos, por lo que son ellos quienes lo realizan.

En muchas tradiciones de origen maya en Mesoamérica, los hombres eran designados para estas prácticas públicas que implican riesgo y fuerza física, mientras que las mujeres cumplían otros papeles, sobre todo en ceremonias relacionadas con la fertilidad, la siembra y el tejido.

Las comunidades han visto esta práctica como un reto de resistencia, valentía y sacrificio, asociado culturalmente con la masculinidad. Históricamente, se consideraba que las mujeres no debían exponerse a este tipo de peligros, especialmente porque se les vinculaba con el rol de preservar la vida y garantizar la continuidad familiar.

En Guatemala, hasta donde se sabe, las mujeres no han participado directamente como voladoras ni en la organización de la danza. Sin embargo, este panorama ha ido cambiando con el tiempo.

En el caso del Palo Volador que se organizó este año en San Pedro La Laguna, Sololá, una mujer fue la encargada de realizar la ceremonia de petición de permiso en cada ascenso y descenso de los voladores. En Chichicastenango, Quiché, también se ha registrado la participación de mujeres subiendo y descendiendo del palo; en este caso se trata de turistas que visitan el lugar, ya que los danzantes y organizadores permiten que particulares participen.

Por otro lado, Anastacia Mejía agrega que esta práctica es una forma de representar el equilibrio entre nosotros mismos. Y añade que la ausencia de las mujeres se debe a que la energía femenina es tan fuerte que podría desequilibrar el entorno del Palo Volador; agrega que la fuerza física de una mujer difícilmente podría resistir las alturas. Concluye diciendo que, desde que tiene memoria, recuerda haber presenciado la danza.