Por Juan José Hurtado
Construir relaciones de respeto e igualdad entre mujeres, hombres y personas con identidades diversas es indispensable para lograr sociedades justas, armónicas y verdaderamente humanas. Desde las cosmovisiones de los pueblos indígenas, esto es parte del Buen Vivir que respeta la diversidad, reconociendo la dualidad y la complementariedad, en armonía y equilibrio entre todas las formas de seres y vidas, entendiendo que todo cuanto existe tiene vida. En ese marco, promover la igualdad en derechos entre hombres, mujeres y otras identidades, así como la Educación Integral en Sexualidad no es una amenaza, sino una necesidad urgente. Brinda conocimientos científicos, éticos y emocionales que permiten relaciones más humanas entre todas y todos, y que las personas puedan tomar decisiones informadas, conscientes y responsables sobre sus relaciones, sus vidas y sus cuerpos.
Negar este derecho es condenar a las juventudes a la ignorancia, al miedo y otras situaciones que pueden marcar negativamente sus vidas de manera irreversible. Pero nos prefieren ignorantes, acríticos, para así dominarnos más fácilmente.
Hoy observamos con preocupación cómo actores, como la dirigencia del Sindicato de Trabajadores de la Educación de Guatemala (STEG), lejos de fortalecer una educación de calidad que promueva el pensamiento crítico, tergiversa lo que debieran ser principios fundamentales en la educación. Apelando a la mentalidad conservadora de la mayoría de la población guatemalteca, buscan ganar apoyo para su movimiento, distorsionando conceptos como la perspectiva de género y la educación sexual integral, sembrando confusión y temor en la población. Esta estrategia no busca el bienestar de las personas y colectividades, sino alimentar acciones con claras intenciones políticas de desestabilizar el país y favorecer las intentonas golpistas, a costa de los derechos de niñas, niños, adolescentes y de toda la sociedad.
La dirigencia del Sindicato de Trabajadores de la Educación de Guatemala -STEG- se ha hecho eco de un discurso conservador regresivo, en contra de la “Ideología de Género”, la cual, en primer lugar, no existe como tal y, además, representa un retroceso que inclusive desvirtúa el papel de las y los docentes, y traiciona sus propios estatutos.
Reflexionemos sobre algunos conceptos e ideas para desenmascarar la tergiversación, la maniobra y la manipulación.
La Cosmovisión Maya ancestral y el respeto a todo cuanto existe
Desde el corazón de los pueblos indígenas, la vida se comprende con los principios de la dualidad y la complementariedad, la armonía y el equilibrio, la diversidad y su integración en un todo justo. La diferencia no debe significar desigualdad. No existe superioridad de un ser sobre otro, sino una interrelación entre energías y formas de vida. Desde esta visión, toda forma de vida es parte de un tejido común en el que las diferencias no se oponen, sino que se integran; los aparentes opuestos son los extremos de una misma dirección. Desde la Cosmovisión Maya ancestral se comprende que los conflictos surgen cuando se rompe la armonía y el equilibrio entre los seres, los espacios y los tiempos. Por ello, el propósito no es imponer, sino restaurar la armonía y caminar hacia el equilibrio colectivo.
Sin embargo, en el escenario actual, nos enfrentamos a un discurso dominante promovido por parte de los sectores más conservadores y retrógrados, apoyados corrientes religiosas fundamentalistas, que acusa a la perspectiva de género de ser una “ideología” peligrosa. Recientemente, la dirigencia del STEG ha reproducido esa narrativa, denunciando supuestas imposiciones que “promueven relaciones sexuales a temprana edad” y “favorecen la homosexualidad”.
Estas acusaciones no sólo distorsionan la realidad, sino que también traicionan principios fundamentales que el mismo STEG afirma defender en sus estatutos. Y más grave aún: ignoran los valores de los pueblos originarios, donde el respeto a las diferencias y el reconocimiento de las múltiples expresiones de la vida han sido parte esencial de su existencia.
Lo que realmente es la perspectiva de género
La llamada “ideología de género” no existe como tal. No hay un plan secreto ni un adoctrinamiento global. Lo que sí existe es una perspectiva de género, entendida como una herramienta para leer el mundo, para comprender cómo las estructuras sociales, económicas, políticas, culturales y medioambientales impactan de manera distinta a hombres, mujeres y personas con identidades diversas. Por ejemplo, es evidente que, en una sociedad racista, clasista patriarcal, los hombres blancos, adultos, con dinero, heterosexuales tienen mayores ventajas y privilegios sobre las mujeres, las niñas, las personas ancianas, indígenas, pobres, discapacitadas y diferentes circunstancias.
La tal “ideología de género” no existe y menos para los Pueblos Indígenas; es una construcción retórica impulsada por sectores conservadores y religiosos que buscan reforzar una moral patriarcal para favorecer su poder y así ejercer control sobre cuerpos y sexualidades de otras y otros. En ese mismo esfuerzo se insertan actores políticos como el actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Es una nueva forma de colonización cultural que erosiona los principios de armonía, complementariedad y equidad que las cosmovisiones indígenas han sostenido por siglos.
Desde una visión indígena, la perspectiva de género resuena con principios milenarios: reconocer la diferencia, respetarla, convivir en armonía, en paz y con justicia. En lugar de imponer, busca desnaturalizar la desigualdad y construir relaciones justas, no jerárquicas. La perspectiva de género no es enemiga de la vida espiritual o cultural; por el contrario, puede fortalecer el tejido social cuando se articula con las cosmovisiones de los pueblos originarios.
La doble moral y la imposición religiosa
Muchos de los sectores que condenan el enfoque de género se amparan en un discurso religioso fundamentalista que, en los hechos, actúa como una forma de imposición colonial, de dominación. En nombre de una supuesta moral, se reprime el conocimiento sobre el cuerpo, el deseo, la salud sexual y reproductiva. Pero esa misma moral —en lo práctico— promueve la mercantilización del cuerpo, normaliza la violencia y silencia el abuso.
Se condena el sexo en el discurso, pero se lucra con él en la publicidad, en los medios y en los mercados. Se habla de proteger la infancia, pero se impide una educación sexual integral que podría realmente permitir a niñas, niños y adolescentes reconocer situaciones de riesgo y saber cómo actuar frente a éstos, prevenir los embarazos no deseados y las violencias cotidianas.
Desde los Pueblos Indígenas se sabe que no hay contradicción entre espiritualidad, cuerpo y saber. Lo que se necesita es una educación que forme integralmente a las personas, que despierte conciencia, no miedo.
Lo que dicen los propios estatutos del STEG
Paradójicamente, el propio STEG reconoce en sus estatutos la importancia de promover la igualdad de género y la educación integral en sexualidad. En la página 33 (Artículo 33), se establece la existencia de una Secretaría de la Diversidad Sexual, encargada de:
- Desarrollar procesos educativos sobre las desigualdades de género y la diversidad sexual.
- Promover metodologías pedagógicas que fomenten el respeto, la inclusión y la no discriminación.
- Establecer vínculos con movimientos LGBTIQ+ para fortalecer la organización en la defensa de derechos.
Esto revela una profunda contradicción entre el discurso reciente de la dirigencia sindical y los principios que, al menos formalmente, el gremio ha acordado defender. Una vez más, se impone el oportunismo que se vale del ruido de los prejuicios por encima del compromiso con una educación transformadora.
¿Qué está en juego?
Para los pueblos indígenas, la educación no se trata de repetir contenidos que la mayoría de las veces están muy alejados de la realidad de las y los educandos, sino busca la formación del ser, del corazón y del pensamiento. Por eso, una educación que incorpora la perspectiva de género es necesaria porque promueve el respeto mutuo, la equidad y el equilibrio en las relaciones humanas.
Negarse a ello es negar los principios ancestrales que sostienen a las comunidades: la vida en complementariedad, el respeto de la diversidad y la diferencia, la búsqueda del equilibrio y la armonía. Defender la perspectiva de género es, en ese sentido, defender el derecho a vivir a plenitud, en diversidad y con dignidad. Es el Buen Vivir: una vida sencilla, modesta y feliz, material y espiritual, individual y colectiva, en armonía con la Madre Tierra y las energías del Universo.
Insistimos: no hay “ideología de género”. Lo que hay es una lucha por la igualdad y el reconocimiento de la diversidad humana. Desde las cosmovisiones indígenas, esa lucha es legítima y necesaria. La educación, entendida desde la armonía, la diversidad y la complementariedad, no puede seguir siendo manipuladora, que promueva el miedo, la ignorancia, los prejuicios y la exclusión, en beneficio de los poderosos. Debe ser una educación que promueva el pensamiento crítico y la capacidad creadora. Lo que urge es una educación que reconozca todos los rostros del ser humano y que, desde los saberes ancestrales y los derechos reconocidos en el mundo, contribuya a construir una sociedad más justa, más sabia y verdaderamente humana.




