Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por Dante Liano 

Hay, en Madrid, un barrio que parece haber sido creado para justificar el adjetivo “castizo”. Apenas al sur de la Plaza Mayor, Lavapiés concentra una variada población que en sus mejores épocas representó a los madrileños de pura cepa. Popular, tabernero y callejero, en ese barrio hay cafeterías, vinerías, carnicerías y las infaltables tiendas de ultramarinos donde se venden desde tijeras hasta latas de atún en conserva. Cuando se entra a un bar, los camareros te aplican el “tú” aunque tengas ochenta años. No es falta de respeto, más bien la aplicación práctica de aquella comedia de Lope llamada “Del rey abajo, ninguno”. En los barrios proletarios de Madrid, nadie es superior. Tascas de humo espeso, con acendrado olor a ajo frito y propietarios que han visto pasar de todo, y cuyo rostro refleja una mezcla de cinismo y melancolía. Un televisor, que nadie ve, transmite, en silencio, remotos partidos de fútbol de algún país distante. El rumor de las conversaciones sobrepuestas ahoga el ruido de cristales y el de la máquina del café, una bebida de mal sabor que es menester corregir con leche. Los consuetudinarios arriesgan un carajillo. “Lo de siempre”, dicen. Hay quien pide una caña a las diez de la mañana y nadie se escandaliza. Uno ve hacia la puerta y le parece que, de un momento a otro, va a entrar Gloria Fuertes, con su cigarrillo en la mano y un aire de matamoscas impresionante.

La poeta Gloria Fuertes era de Lavapiés, de cuerpo entero. Pelo corto, traje sastre, a veces corbata, retaba a la moral y a las buenas costumbres de la dictadura con una vida que desmentía las normas, de corte y confección, impuestas a las mujeres. En los años cincuenta del Siglo Veinte, antecedió, con comodidad y soltura, al severo y riguroso look de Ángela Merkel. Un niño le pregunta: “Gloria, ¿no tienes el complejo de ser gorda?” Ella se asombra y le responde: “No estoy tan gordita. Lo que pasa es que este traje me sienta mal”. En efecto, más que gorda, Gloria Fuertes era robusta, con un rotundo cuerpo campesino como se ven tantos en las viejas ciudades de provincia.  A veces, mastica las palabras, esas palabras que cultiva con el primor con que se cuida a los pececillos rojos en los universos en miniatura de las peceras. Otras, asume una expresión de extrema picardía y suelta una sentencia jocosa, sarcástica o irónica. En algunos casos, suelta unas palabrotas, que, muy madrileña, llama “tacos”. Es de esas personas en que las palabras fuertes no desentonan, como si fueran naturales y salieran fluidas de su estampa. Es de esas personas de apariencia ruda y trato amable. Es de esas personas cuya dulzura se esconde detrás de la corteza bronca, fruto de la experiencia y el dolor.

Su naturaleza juguetona la hizo famosa como autora de cuentos y versos para niños. Caso muy raro, logró dominar la comunicación televisiva y en varios programas de la Televisión Española leía, divertida, versos ingeniosos de golosina y colores. Uno, muy famoso, es “El Gato Garabato”. Dice así:

—¿Qué es eso que tienes, Gato Garabato?

—Esto es un juguete muy barato.

Es un cohete-juguete,

que me lleva a la Luna en un periquete.

—¿Qué es un periquete?

—Un periquete es… ¡Un momento!

Dijo un momento y se lo llevó el viento

como a María Sarmiento.

…El Garabato

en su cohete barato

surca el espacio.

El gato Garabato

aluniza despacio.

El Gato Garabato no encuentra nada en la Luna.

GATO: Un volcán que no funciona,

y ni una sola persona.

No hay tejados en la Luna,

y yo soy gato.

No hay poetas en la Luna,

y yo soy gato.

No hay sardinas en la Luna,

y yo soy gato.

No hay ratones en la Luna,

y yo soy gato,

aquí no tengo nada que hacer,

este astro frío me extraña,

me vuelvo a España.

Y en su cohete-juguete

raudo como una centella,

regateando a una estrella,

—el gato regateando—.

Más veloz que en un avión,

regresa a su población.

GATO: ¡Hola chicos!

¡Viva el arte!

Como en «casita»,

en ningún parte.

Los textos para niños son solamente un aspecto de la actividad poética de Gloria Fuertes. En cierto sentido, esa popularidad y ese contacto con un público infantil puede conjeturarse que tuvo un lado negativo. En efecto, una cierta crítica, como señala Andrew Debizcki, aplicó el conocido esnobismo de la gente culta hacia los medios de comunicación de masas y restó importancia a la poeta por su carisma y por sus dotes comunicativas. En efecto, es una buena experiencia verla recitar sus composiciones. Una vez pasado el tiempo de la fama y la notoriedad, la lectura del conjunto de su poesía hace resaltar algunas notables características de la poeta española. Dicho sea de paso, en una de sus entrevistas, declara que no le gusta ser llamada “poetisa”, sino “poeta”. Es una cuestión de gusto, pues, en efecto, la palabra suena mal. O, como dice Fuertes, “hay muchas poetisas, pero yo soy poeta”. Quizá su rasgo más notable sea el tono coloquial de sus versos. Como en “Estoy más bien mal”:

Estoy más bien mal

Como pájaro en la mano de un niño

Como pez en la playa,

Como huérfano en asilo.

Estoy mal sin amor.

Sin buen amor,

Porque cerveza tengo

Cuando lo quiera yo.

Una curiosidad: esta poesía fue castigada por la censura franquista. En su versión original, los últimos versos recitaban: “porque caricias tengo/ cuando lo quiera yo”. Evidentemente, al censor le pareció una expresión demasiado atrevida. Por rebelión contra los censores, Fuertes cambió la palabra “caricias” por “cerveza”, una especie de sinsentido. En efecto, la cerveza no tiene que ver con el resto del texto. En todo caso, la lectura resulta asequible para cualquier lector y hasta pareciera que apenas si hay trabajo poético en la elaboración del verso. Pareciera, porque ya en el primero hallamos una especie de retruécano: “estoy más bien mal”, basado en el juego de la frase hecha “más bien”  que contrasta con la expresión “mal”. El chiste está en que la palabra “bien” no significa, en dicha expresión fija, lo que significa generalmente en el idioma, sino quiere decir “casi”, “más que todo”, “sobre todo”. Quiere decir “más que todo mal”. Lo que parece comunicación verbal fácil revela una de los aspectos más notables de la poesía de Gloria Fuertes: el abundante juego con el lenguaje. También lo que sigue: la serie de comparaciones para explicar su “estar mal” son florido lenguaje poético, aunque sus metáforas sean naturales y sencillas, sin complicación barroca ni hermetismos fingidos. El cierre del poema acude de nuevo a la contraposición: “Estoy mal sin amor/ sin buen amor”. No se necesita mucha perspicacia para notar que “mal” se opone a “buen”, prolongando el juego del principio.

Una obra que negocia con los afanes cotidianos y que encuentra, en las personas y las cosas consideradas más corrientes, la poesía necesaria para sobrevivir. Para Gloria Fuertes, no solamente son poéticos los temas que la tradición literaria consagra como tales, sino que son poéticos los objetos con que nos tropezamos dentro de casa o al salir de ella. San Francisco es “un santo delgadito con su nube de mosquitos”, un labrador merece una composición elegíaca, el enamoramiento la hace decir “silla” en lugar de “mesa”, la ficha de ingreso al hospital de un mendigo compone un poema, declara “Bebo porque la gente no me gusta / porque a la gente la quiero demasiado”. Esta perspectiva  a ras de experiencia humilde y acendrada, con el idioma como instrumento por explorar y con el cual jugar, con una sensibilidad extrema al sufrimiento de los demás (“¿Te has puesto en el lugar del otro?” recita una poesía) hacen de Gloria Fuertes una de las poetas más interesantes y empáticas del siglo XX español.

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